Cirugía de cabeza y cuello
Trauma cervical penetrante en la Primera Guerra Mundial
El herido en las trincheras
El Lt. Georges
Gaudy describió en 1916 a su propio regimiento proveniente del Frente Occidental
como “un grupo de esqueletos guiados por
un oficial herido inclinado sobre un bastón,
marchando en zigzag como si estuvieran intoxicados, cubiertos de lodo,
en silencio y con la expresión facial del increíble horror de su martirio” (44). Los
heridos presentaban los efectos de la
exposición al frió, la desnutrición y el agotamiento físico. Las insalubres condiciones higiénicas
en las trincheras o en los campos de concentración facilitaron la aparición de
enfermedades como la tuberculosis, tifus, cólera y la gripe española (2,3,6,
48,51) .
En 1916, el
cirujano militar A. M. Fauntleroy, diferenció la cirugía y las heridas de
guerra de las correspondientes en tiempo de paz. Calificó las lesiones de
combate como serias, mutilantes y desvitalizantes, debido a los fragmentos de metal irregulares
provenientes de las explosiones del cañoneo y las granadas de mano. Solo
comparables a los aplastamientos en las vías del tren de la practica civil. Los
proyectiles modernos serian diseñados para ocasionar una gran destrucción (53). La
presencia de cuerpos extraños, trozos de ropa y esquirlas eran los responsables
en gran medida, de las graves infecciones que se sucedían. Los microorganismos
generalmente involucrados correspondían a la flora intestinal humana y de
animales proveniente de las heces en la
tierra del medio ambiente (48,49,53). Los
cadáveres decompuestos en el terreno y el bombardeo permanente ocasionaron la
fragmentación de los cuerpos en esquirlas de hueso y carne que impactaban en
las tropas (44). El mismo Sir Alexander Fleming
aisló el Clostridium perfringens y el Clostridium tetani en la indumentaria de
los combatientes. La suciedad era la compañía constante del soldado (6). El
barro llegó a convertirse en el principal enemigo de las tropas en las
trincheras (45, 48) (Figuras 2c y 2d).
El transporte
desde el frente de combate hasta los puestos de atención sanitaria podía demorar desde horas hasta días, en
ocasiones en la noche y bajo fuego enemigo. Progresando y estabilizándose la
gangrena en las heridas (6,13,53). El
porcentaje de mortalidad alcanzó hasta el 75% después de 8 horas de demora para
el traslado. Se estableció que el tiempo para iniciar la terapéutica indicada
era importante para salvar vidas (48,54,).
La atención de las
infecciones durante el conflicto se ubicó entre los trabajos de Louis Pasteur y
los postulados de la antibiosis química con antisépticos de Sir Joseph Lister a
mediados del siglo XIX, y el descubrimiento de la penilicina por Sir Alexander
Fleming a finales de la segunda década del siglo pasado. En 1915, el mismo Alexis
Carrell y el químico ingles Henry Dakin,
desarrollaron la “solución Carrell-Dakin”, compuesta por hipoclorito de sodio.
El coronel del ejército belga, Antoine Depage, promovió el debridamiento
quirúrgico con el uso de antisépticos en el tratamiento de las heridas. La
irrigación diaria con el antiséptico de Carrell-Dakin a través de tubos de
drenaje insertos en la herida se convirtió en la principal opción de tratamiento
de los procesos sépticos durante la Gran Guerra (5,6,46,50,53).
De acuerdo a los
estudios de los Capitanes del ejército
estadounidense Ernest Cowell y John Fraser, y del Profesor de Fisiología, Walter
Cannon, el shock era asociado con las
heridas, era denominado “wound shock”
o “choque de las heridas”. Según Cannon, la lesión fisica, ruptura o
aplastamiento de largas cantidades de tejido, ocasionaría la liberación de un
factor toxico que aumentaría la permeabilidad de los vasos capilares, seguido
del escape del plasma y la reducción del volumen sanguíneo. El herido se caracterizaría
por presentar pulso rápido, sudoración, frialdad, palidez o cianosis, sed,
alteraciones del estado mental, y disminución de la presión venosa y arterial.
El tratamiento implicó elevar los pies, recuperar la temperatura con sabanas
tibias y la reposición de fluidos con soluciones salinas o coloidales por vía
oral, rectal, subcutánea o endovenosa. También, se aplicaron las primeras
transfusiones de sangre en escenarios militares. Las hemorragias o perdidas
sanguíneas se diferenciaron del wound
shock y se consideraban como factores que lo agravarían (2,32,34,48,50,55
) (Figura 2e).
Las condiciones
generales del herido, las lesiones destructivas, el tiempo de evolución durante
el traslado y la presencia de infección o gangrena influyeron notablemente en
el tipo de conducta terapéutica a desarrollar (11,13,53,55). Los
cirujanos de la Gran Guerra reconocieron la importancia de la intervención
temprana en la disminución de la mortalidad (32).
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