Abril-Junio 2018 74
ISSN 1317-987X
 
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Artículos
 



Cirugía de cabeza y cuello
Trauma cervical penetrante en la Primera Guerra Mundial

El herido en las trincheras

El Lt. Georges Gaudy describió en 1916 a su propio regimiento proveniente del Frente Occidental como “un grupo de esqueletos guiados por un oficial herido inclinado sobre un bastón, marchando en zigzag como si estuvieran intoxicados, cubiertos de lodo, en silencio y con la expresión facial del increíble horror de su martirio” (44). Los heridos presentaban los efectos de la exposición al frió, la desnutrición y el agotamiento físico. Las insalubres condiciones higiénicas en las trincheras o en los campos de concentración facilitaron la aparición de enfermedades como la tuberculosis, tifus, cólera y la gripe española (2,3,6, 48,51) .

En 1916, el cirujano militar A. M. Fauntleroy, diferenció la cirugía y las heridas de guerra de las correspondientes en tiempo de paz. Calificó las lesiones de combate como serias, mutilantes y desvitalizantes, debido a los fragmentos de metal irregulares provenientes de las explosiones del cañoneo y las granadas de mano. Solo comparables a los aplastamientos en las vías del tren de la practica civil. Los proyectiles modernos serian diseñados para ocasionar una gran destrucción (53). La presencia de cuerpos extraños, trozos de ropa y esquirlas eran los responsables en gran medida, de las graves infecciones que se sucedían. Los microorganismos generalmente involucrados correspondían a la flora intestinal humana y de animales proveniente de las heces en la tierra del medio ambiente (48,49,53). Los cadáveres decompuestos en el terreno y el bombardeo permanente ocasionaron la fragmentación de los cuerpos en esquirlas de hueso y carne que impactaban en las tropas (44). El mismo Sir Alexander Fleming aisló el Clostridium perfringens y el Clostridium tetani en la indumentaria de los combatientes. La suciedad era la compañía constante del soldado (6). El barro llegó a convertirse en el principal enemigo de las tropas en las trincheras (45, 48) (Figuras 2c y 2d).

El transporte desde el frente de combate hasta los puestos de atención sanitaria podía demorar desde horas hasta días, en ocasiones en la noche y bajo fuego enemigo. Progresando y estabilizándose la gangrena en las heridas (6,13,53). El porcentaje de mortalidad alcanzó hasta el 75% después de 8 horas de demora para el traslado. Se estableció que el tiempo para iniciar la terapéutica indicada era importante para salvar vidas (48,54,).

La atención de las infecciones durante el conflicto se ubicó entre los trabajos de Louis Pasteur y los postulados de la antibiosis química con antisépticos de Sir Joseph Lister a mediados del siglo XIX, y el descubrimiento de la penilicina por Sir Alexander Fleming a finales de la segunda década del siglo pasado. En 1915, el mismo Alexis Carrell y el químico ingles Henry Dakin, desarrollaron la “solución Carrell-Dakin”, compuesta por hipoclorito de sodio. El coronel del ejército belga, Antoine Depage, promovió el debridamiento quirúrgico con el uso de antisépticos en el tratamiento de las heridas. La irrigación diaria con el antiséptico de Carrell-Dakin a través de tubos de drenaje insertos en la herida se convirtió en la principal opción de tratamiento de los procesos sépticos durante la Gran Guerra (5,6,46,50,53).

De acuerdo a los estudios de los Capitanes del ejército estadounidense Ernest Cowell y John Fraser, y del Profesor de Fisiología, Walter Cannon, el shock era asociado con las heridas, era denominado “wound shock” o “choque de las heridas”. Según Cannon, la lesión fisica, ruptura o aplastamiento de largas cantidades de tejido, ocasionaría la liberación de un factor toxico que aumentaría la permeabilidad de los vasos capilares, seguido del escape del plasma y la reducción del volumen sanguíneo. El herido se caracterizaría por presentar pulso rápido, sudoración, frialdad, palidez o cianosis, sed, alteraciones del estado mental, y disminución de la presión venosa y arterial. El tratamiento implicó elevar los pies, recuperar la temperatura con sabanas tibias y la reposición de fluidos con soluciones salinas o coloidales por vía oral, rectal, subcutánea o endovenosa. También, se aplicaron las primeras transfusiones de sangre en escenarios militares. Las hemorragias o perdidas sanguíneas se diferenciaron del wound shock y se consideraban como factores que lo agravarían (2,32,34,48,50,55 ) (Figura 2e).

Las condiciones generales del herido, las lesiones destructivas, el tiempo de evolución durante el traslado y la presencia de infección o gangrena influyeron notablemente en el tipo de conducta terapéutica a desarrollar (11,13,53,55). Los cirujanos de la Gran Guerra reconocieron la importancia de la intervención temprana en la disminución de la mortalidad (32).

Trauma cervical penetrante en la Primera Guerra Mundial
Introducción
La gran guerra
El herido en las trincheras
Los cirujanos franceses de la Primera Guerra Mundial
El trauma cervical penetrante hasta nuestros días
Trauma cervical penetrante en Venezuela
Conclusión
Referencias

NOTA: Toda la información que se brinda en este artículo es de carácter investigativo y con fines académicos y de actualización para estudiantes y profesionales de la salud. En ningún caso es de carácter general ni sustituye el asesoramiento de un médico. Ante cualquier duda que pueda tener sobre su estado de salud, consulte con su médico o especialista.





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