Enero-Marzo 2021 85
ISSN 1317-987X
 
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Psiquiatría
Ser psiquiatra en América Latina: ¿vale la pena?

Y bien, ¿vale la pena ser psiquiatra en América Latina?

Y bien, ¿vale la pena ser psiquiatra en América Latina?. Aquéllos que respondan que no, aducirán, no sin razón, que mientras no se entienda en el continente que la salud mental constituye raíz y la esencia de la salud integral, el seguir viendo minúsculas sumas del erario nacional dedicadas a aquélla es un factor desmoralizante y desmotivador. Esos psiquiatras seguirán viendo también como el desaliento y la furia se instalan en el ánimo colectivo con la misma o mayor brutalidad que el bacilo en los pulmones de sus víctimas. Observarán también la creciente erosión de principios de solidaridad y respeto a la dignidad humana, debilitando, cuando no corroyendo, un aparato político vulnerable a las tentaciones y las soberbias del poder (Alarcón, 1985). Abrumados por crecientes cifras de patología mental desencadenadas o mantenidas por multiplicidad de factores, mucho más dramáticos y mucho más distantes que la carga genética o la disfunción de neurotransmisores, estos colegas, los del "no vale la pena", ven la cronicidad como señal de imposibilidades e impotencias; la disparidad en la cobertura de la enfermedad mental, o entre los hallazgos de la investigación de base tecnológica y su imposible aplicabilidad en tierras de pobreza y privaciones elementales, como anuncio de derrota; la escasez o limitada calidad de algunos postulantes a programas de entrenamiento, como evidencia de un futuro recortado. El psiquiatra promedio en América Latina sirve a un relativamente pequeño sector de la población -gracias al cual, sin embargo, sobreviven él y su familia- al tiempo que es plena y dolorosamente consciente de que enormes masas de seres humanos quedan sin oportunidad alguna de beneficiarse de su ministerio. Es inobjetable que para él o para élla, esta trágica paradoja adquiere dimensiones particularmente duras. De allí, probablemente, el "no vale la pena", una resignada declaración de pesadumbre y frustraciones.

"Abrumados por crecientes cifras de patología mental desencadenadas o mantenidas por multiplicidad de factores, mucho más dramáticos y mucho más distantes que la carga genética o la disfunción de neurotransmisores, estos colegas, los del 'no vale la pena', ven la cronicidad como señal de imposibilidades e impotencias"

Por otro lado, el contingente de aquéllos que piensan lo contrario, fijan su atención en datos de la investigación epidemiológica y de los recursos con que se cuenta -datos a su alcance gracias a la revolución informática y al trabajo ejemplar de unos pocos investigadores (Alarcón, 1996; Almeida-Filho, 1991)- y elaboran programas posibles de alivio a necesidades específicas. Dueños de una vocación auténtica, no diferente pero tal vez menos ilusionada que la de aquéllos del primer grupo, los psiquiatras del "sí vale la pena" asumen un realismo redentor, un estoicismo saludable y una sincera convicción en sus alcances y en sus limitaciones. Cultivan redes de trabajo conjunto y multidisciplinario con agencias comunitarias y del sector público, grupos de pacientes, ex-pacientes y familiares, educan, diseminan información y también pueden infiltrar los corredores del poder político para avanzar su causa grupal o institucional, deseablemente no sus intereses personales. Aprenden a no estar solos, adaptan su práctica a los dictados del mercado y a las posibilidades de su clientela y sienten la satisfaccion de un deber cumplido no a pesar de, sino debido al medio en el que actúan.

Quisiera pensar también que aquéllos que sostienen que sí vale la pena ser psiquiatra en América Latina saben, o por lo menos intuyen, los logros de los próceres en la historia de nuestra disciplina. Conocen de la digna sabiduría de un Honorio Delgado y su contribución a la fenomenología y al conocimiento filosófico como sustento de una genuina consagración al humanismo clínico (Alarcón, 1999). Han leído a Carlos Alberto Seguín y saben de su vibrante dinamismo, su incansable entrega a la psiquiatría social y folklórica (Seguín, 1979). Recogen de un Mata de Gregorio su curiosidad sin límites, su dedicación al estudio directo de las culturas y su sentido penetrante de las realidades económicas y sociales en cuyo marco el hombre trabaja, produce y se enferma (Matute y col., 1987). Abrazan de Bermann, la pasión rayana en pero nunca claudicante ante el dogmatismo. De Endara, la caballerosidad sin límites, el cultivo de una psicoterapia auténtica porque es humana. Intuyen que Leme Lopes admiraba a la psiquiatría europea pero era más carioca y latinoamericano que muchos de sus contemporáneos en la apreciación de las realidades psiquiátricas de su país y del continente. Conocen de González Enríquez y su conviccion de que la APAL estaba llamada a funciones trascendentales, más allá de parroquialismos o limitaciones subrepticias. Y de Bustamante admirarán sin duda el coraje de escoger rutas consonantes con convicciones de destino personal y colectivo.

"Ser psiquiatra en latinoamérica pone a prueba presencia de ánimo, tolerancia a la frustración, flexibilidad y adaptabilidad a un mundo en explicable pero inentendible efervescencia"

La psiquiatría en Latinoamérica tiene pues héroes legítimos, logros consistentes en variados campos, promesas cumplidas en el escenario contemporáneo y por cumplirse en el siglo que avistamos. Hay deseablemente una identidad de mestizaje fecundo, de tradición socio-cultural, de tamizaje crítico, pero también una apertura mental a lo que es bueno y útil, reflejo de lo mejor que tiene una ciencia realmente solidaria (Alarcón, 1990). Es importante reconocer que ser psiquiatra y hacer psiquiatría en América Latina es un reto a la entraña misma de lo que llamamos identidad profesional y a la integridad moral de sus cultivadores. Es un desafío planteado por los conflictos que enfrentan a la afluencia, el confort y el prestigio por un lado, con las exigencias morales de una realidad lacerante, por el otro. Ser psiquiatra en Latinoamérica pone a prueba presencia de ánimo, tolerancia a la frustración, flexibilidad y adaptabilidad a un mundo en explicable pero inentendible efervescencia. Y, como en todo desafío, algunos sucumbirán ante el accesible plato de lentejas, otros emprenderán el doloroso camino del exilio, y todavía otros recurrirán insensiblemente a la negación cruda, a la racionalización enjundiosa o al splitting ideológico (Alarcón, 1988). Los más renovarán su fe, en el reconocimiento honesto de su pasado y en la visión esperanzada de su futuro. Porque, a pesar de todo -y quien sabe debido a lo decisivo del reto- la psiquiatría latinoamericana ha demostrado, con creces, vitalidad y genuina vocación de permanencia (Alarcón, 1985). Citando un verso de mi compatriota el poeta César Vallejo, el psiquiatra latinoamericano podría decir: "Tengo fe en que soy/y en que he sido menos".

 

Sin embargo, la respuesta a si vale la pena ser psiquiatra en América Latina es, en última instancia, una decisión entera y profundamente personal. El mérito, si alguno tiene, de plantear la pregunta es el de que pueda servir como mapa factible al estudiante de medicina que considera ingresar a un programa de residencia en psiquiatrÍa, como faro al que inició la travesía y se halla o pareciera hallarse en medio de arrecifes y tormentas, como brújula a aquél que adentrado en la carrera, descansa en un recodo del camino y reflexiona sobre lo andado antes de continuar la jornada, y como puerto de arribo al que ya lo hizo….y sobrevivió en el empeño.



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Bibliografía

NOTA: Toda la información que se brinda en este artículo es de carácter investigativo y con fines académicos y de actualización para estudiantes y profesionales de la salud. En ningún caso es de carácter general ni sustituye el asesoramiento de un médico. Ante cualquier duda que pueda tener sobre su estado de salud, consulte con su médico o especialista.





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