Julio-Septiembre 2003 16
ISSN 1317-987X
 
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Personajes
 





Jacinto Convit: el lado humano de la medicina

Cabo Blanco: la otra universidad

Jamás imaginó Convit que su paso por la leprosería de Cabo Blanco, en el otrora departamento Vargas, cerca de la capital venezolana, sería tan decisivo. Allí asistió en 1937, aun sin haberse graduado, a instancias de Martín Vegas, quien le impartía clases de dermatología en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (U.C.V.).

Cabo Blanco, relata Convit, era una inmensa casona, hecha en 1906, en el gobierno de Cipriano Castro, donde se encontraban 1200 pacientes recluidos. “No sé qué era más impresionante si la enfermedad en sí o el rostro de dolor de aquellos seres. La lepra no tenía cura. A la gente la cazaban en la calle. Nadie se preguntaba que pasaría con el alma de aquellas personas, con sus familias. Los hospitalizaban tan sólo por sospechar que padecían la enfermedad. Se tapaban los espejos, como si el reflejo del mal fuese a contaminar hasta las sombras.Era un desastre”.2

Los recursos con los que contaban eran escasos. Además, no existían procedimientos terapéuticos para tratar a las personas que estaban allí, aun en contra de su voluntad; pues por aquellos años la Ley establecía que los enfermos de lepra, (enfermedad de Hansen), debían someterse al aislamiento compulsor. “…los tomaban del interior del país, los metían en un camión y los llevaban a las leproserías... los embarcaban en una goleta llamada “El Cisne” que venía y tardaba como 15 días. Así era la situación de difícil, que yo una noche recibí una persona maniatada con cadenas, lo traían de Oriente en un camión custodiado con gente armada, un pobre hombre que lo único que tenía era que había sido infectado con lepra”. 1

En 1990, Convit escribía que su permanencia en Cabo Blanco fue enriquecedora en el plano personal y profesional. “Aprendí a cuidar a los pacientes desempeñando labores de médico, juez, odontólogo y consejero, que sirvieron ampliamente para enriquecer mi conocimiento sobre la enfermedad y profundizar sobre el aspecto humano de los enfermos”.1

Cabo Blanco pasó de ser un sitio lúgubre para ser - durante siete años – otra universidad para Convit. Una que le habría de mostrar que la esencia de la medicina más que la ciencia debía ser lo humanista. “ Un médico es un ser que se debe al otro. Humanista no es estudiar literatura, ni latín ni griego, humanista es saber lo que la persona tiene y poderse poner en su lugar. Tener un concepto global.”

Después, en 1938, entró como médico residente a la leprosería. De ese período, recuerda gratamente la especie de cofradía que formó con ochos jóvenes residentes quienes – con más ilusión que malicia – pensaban que la leprosería “era como una cárcel que había que destruir”.

Esa prisión, oprimía a los enfermos no tanto por el cautiverio como por la soledad y el olvido del que eran objeto. “Había gente extraordinaria, pero contagiada. Más que una medicina, a veces necesitaban una conversación. A veces regañaba hasta al cura, porque se le pasaba la mano.Recuerdo que le decía: ellos también son feligreses”. 2

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NOTA: Toda la información que se brinda en este artículo es de carácter investigativo y con fines académicos y de actualización para estudiantes y profesionales de la salud. En ningún caso es de carácter general ni sustituye el asesoramiento de un médico. Ante cualquier duda que pueda tener sobre su estado de salud, consulte con su médico o especialista.





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