Jacinto Convit: el lado humano de la medicina
Cabo Blanco: la otra universidad
Jamás imaginó Convit que su paso por la leprosería de
Cabo Blanco, en el otrora departamento Vargas, cerca de la capital venezolana,
sería tan decisivo. Allí asistió en 1937, aun sin haberse
graduado, a instancias de Martín Vegas, quien le impartía clases
de dermatología en la Facultad de Medicina de la Universidad Central
de Venezuela (U.C.V.).
Cabo Blanco, relata Convit,
era una inmensa casona, hecha en 1906, en el gobierno de Cipriano Castro,
donde se encontraban 1200 pacientes recluidos. “No sé qué
era más impresionante si la enfermedad en sí o el rostro de
dolor de aquellos seres. La lepra no tenía cura. A la gente la cazaban
en la calle. Nadie se preguntaba que pasaría con el alma de aquellas
personas, con sus familias. Los hospitalizaban tan sólo por sospechar
que padecían la enfermedad. Se tapaban los espejos, como si el reflejo
del mal fuese a contaminar hasta las sombras.Era un desastre”.2
Los
recursos con los que contaban eran escasos. Además, no existían
procedimientos terapéuticos para tratar a las personas que estaban
allí, aun en contra de su voluntad; pues por aquellos años la
Ley establecía que los enfermos de lepra, (enfermedad de Hansen), debían
someterse al aislamiento compulsor. “…los tomaban del interior
del país, los metían en un camión y los llevaban a las
leproserías... los embarcaban en una goleta llamada “El Cisne”
que venía y tardaba como 15 días. Así era la situación
de difícil, que yo una noche recibí una persona maniatada con
cadenas, lo traían de Oriente en un camión custodiado con gente
armada, un pobre hombre que lo único que tenía era que había
sido infectado con lepra”. 1
En 1990, Convit escribía
que su permanencia en Cabo Blanco fue enriquecedora en el plano personal y
profesional. “Aprendí a cuidar a los pacientes desempeñando
labores de médico, juez, odontólogo y consejero, que sirvieron
ampliamente para enriquecer mi conocimiento sobre la enfermedad y profundizar
sobre el aspecto humano de los enfermos”.1
Cabo
Blanco pasó de ser un sitio lúgubre para ser - durante siete
años – otra universidad para Convit. Una que le habría
de mostrar que la esencia de la medicina más que la ciencia debía
ser lo humanista. “ Un médico es un ser que se debe al otro.
Humanista no es estudiar literatura, ni latín ni griego, humanista
es saber lo que la persona tiene y poderse poner en su lugar. Tener un concepto
global.”
Después,
en 1938, entró como médico residente a la leprosería. De
ese período, recuerda gratamente la especie de cofradía que formó
con ochos jóvenes residentes quienes – con más ilusión
que malicia – pensaban que la leprosería “era como una cárcel
que había que destruir”.
Esa prisión,
oprimía a los enfermos no tanto por el cautiverio como por la soledad
y el olvido del que eran objeto. “Había gente extraordinaria, pero
contagiada. Más que una medicina, a veces necesitaban una conversación.
A veces regañaba hasta al cura, porque se le pasaba la mano.Recuerdo
que le decía: ellos también son feligreses”. 2 |