Jacinto Convit: el lado humano de la medicina
Frutos del trabajo tenaz
Quien ha vivido para la ciencia con la intensidad que Convit lo ha hecho,
tiene mucho que contar. Afortunadamente, tiene buena memoria. En ocasiones
deja fluir la conversación y, rato después, luego de escarbar
entre los recovecos de su mente, saca a relucir detalles de preguntas hechas
con anterioridad. Sin embargo, pese a los saltos constantes de una época
a otra, Convit se mantiene atento a todo cuanto ocurre a su alrededor.
En septiembre de 1938 recibió el título de Bachiller en Filosofía,
y enseguida presenta la tesis “Fracturas de la Columna Vertebral”
que le hizo merecedor del título de Doctor en Ciencias Médicas.
En aquel tiempo, el tratamiento
contra la lepra consistía en el uso del aceite que se extraía
de un árbol asiático llamado chamulgra. Con la colaboración
de un químico danés de nombre Jorge Jorgesën, refinó
el líquido y pudo atender a más pacientes.
Al proseguir con la investigación
se toparon con un trabajo de un médico misionero inglés de apellido
Miur, que había descubierto un producto compuesto de sulfa y el diamin
llamado difenil sulfona (DDS). Entonces, buscaron la forma de conseguir varios
kilos de estos componentes; y con la ayuda de un farmaceuta de origen polaco
prepararon tabletas que le suministraban a los pacientes, relata el galeno.
Al cabo de un año la mejoría era notoria.
“Era una maravilla,
porque no había otra cosa. Entonces nos presentamos en el Ministerio
de Sanidad. Iniciamos un programa de lucha antileprosa. Fuimos convenciendo
a todo el mundo. Comenzó a cambiar el panorama. No tuvimos sino que
meter un poco el corazón. Entrenamos a médicos para que se trasladaran
a los hospitales rurales. Parecía un milagro, una película bonita”,
narra.2
Todo este
escenario, alentador sin duda, daba cuenta de que era y es posible humanizar
el sufrimiento de la gente, quien, como sostiene Convit, espera que la sociedad
en su conjunto actúe. Para reforzar sus ideas, cita al escritor alemán
Goethe: “Ser humano es un deber”.
El paso
siguiente fue reclutar al equipo con el que trabajaría en los centros
asistenciales. Así se estructuró una red formada por estudiantes
próximos a graduarse y médicos ya graduados. Algunos de ellos
eran extranjeros. “…Les hablaba de la altísima tasa de infección
que existía en el país, del riesgo que corríamos. No fue
un trabajo difícil reunir varios grupos de muchachos. Quien tuviera dos
dedos de frente, sabía que había que hacer algo. Un médico,
un hombre de ciencias, no puede quedarse encerrado en cuatro paredes. Tiene
que salir a la calle y ver cuáles son las necesidades de la gente.”
2
En
1946, Convit es nombrado Médico de los Servicios Antileprosos en Venezuela
y junto a su equipo diagnostican 18 mil leprosos en todo el país, tras
lo que organizan 24 centros de atención. Ya en 1949 había uno
o dos servicios de dermatología sanitaria en cada estado de la nación.
Ante tales logros, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) mostró
interés y envío a su personal a entrenarse a Venezuela de la mano
de Convit, quien insistía en que los pacientes debían ser vistos
como portadores de una enfermedad igual a las demás, y, por ende, sentían,
sufrían y padecían como cualquier otro enfermo lo hacía.
La inoculación
del bacilo de la lepra en armadillos (cachicamos) permitió obtener el
Micro Bacterium Leprae de Armadillo que en adición a la BCG (vacuna de
la tuberculosis) dio origen a la vacuna contra aquel flagelo. En 1998 la tasa
de enfermos de lepra se había reducido a 0.6 casos por cada 10 mil habitantes.
Luego de
controlar la Lepra y otras enfermedades endémicas, Convit se plantea
el reto de crear un centro de investigaciones científicas. Así,
nació el Instituto de Dermatología, que posteriormente se llamó
Instituto de Biomedicina de Caracas (IBC), el cual dirige desde 1972, y es desde
el 2 de julio de 1973 la sede del Centro Internacional de Investigación
y Adiestramiento sobre Lepra y Enfermedades afines de la Organización
Panamericana y Mundial de la Salud. Allí, después de mucho esfuerzo
conjunto y continuo, surgió la vacuna contra la lepra, que sirvió
de base para la vacuna contra la Leishmaniasis.
En el caso
de la Leishmaniasis Cutánea Localizada (LCL), la utilización del
mismo modelo de vacuna de la lepra permitía inmunizar a los pacientes
que mostraban deficiencias en la respuesta específica ante el parásito.
En 1987 se publicó un primer trabajo, en el cual se comparan a dos grupos
de pacientes: unos tratados con tres inyecciones de la vacuna antilepra y otro
con 20 inyecciones de antimoniato de meglumina (Glucantime), que era el tratamiento
estándar de la enfermedad. Al cabo de 32 semanas, 94% de ambas muestras
se habían curado, al tiempo que se observaron efectos secundarios en
5,8% del primer grupo y 52,4% del segundo. De esta forma, la inmunoterapia se
presentaba como una herramienta para tratar la LCL a costos y riesgos bajos,
por lo que podía aplicarse en servicios asistenciales sin ameritar la
supervisión de especialistas.
Más
tarde, en 1992, la Organización Mundial de la Salud (O.M.S) y el Banco
Mundial efectuaron una reunión internacional de vacunas contra la Leishmaniasis
en la población de Sanare, en el occidente de Venezuela. Allí
se reunieron expertos en la materia como K. Bahar, David Sacks, Fabio Zicker,
Richard Locksley y José Antonio O’Daly (inmunólogo de John
Hopkins University, de Estados Unidos, e investigador del Instituto Venezolano
de Investigaciones Científicas) y Convit, por Venezuela. Tras la presentación
de las propuestas de todos los investigadores, se concluyó que el protocolo
realizado por Convit y su equipo reúne todos los requisitos - en cuanto
a diseño, aplicación y desarrollo general - para la posterior
evaluación de la vacuna.
No obstante,
se sugirió la utilización de test cutáneos de conversión
después del suministro de cada dosis de vacuna. También se hizo
énfasis en la necesidad de contar con “consentimiento informado”
del paciente. |