Ildemaro Torres
El degustador del humor
Sus libros, "no son ladrillos para intelectuales"
En su libro "Chile, de Allende a la Junta Militar", y sin menospreciar al resto de sus publicaciones, pareciera que usted quiso expresar algo más profundo que una simple información, ¿Qué experiencia le dejó haber presenciado ese hecho?
Verdaderamente, de los libros, la experiencia dolorosa, profunda y sentida fue la de Chile. Es un país que amo intrañablemente desde el fondo de mi alma, en el entendido que el alma existe y tiene fondo.
Yo fui invitado por el gobierno popular de Allende a la creación de una organización de una cátedra en una Facultad de Medicina, pero ese fue el más extraordinario pretexto para irme a vivir lo que yo entendía como la gran experiencia en la vida de alguien. Y aquí vuelvo a usar la palabra suerte para decir que tuve la oportunidad de vivir un fenómeno tan extraordinario como el rediseño de una sociedad. Pero la concepción misma y la forma en que era entendida por Allende, demócrata absoluto y un hombre que creía en una vía, no tardó en ser reventada por militares fascistas con participación de la CIA.
¿Pero, usted sabía que iba a vivir eso?
Yo siempre he creído en las definiciones como actitud de vida y, si algo rechazo, es a lo pusilánime. Decisión de vida significa que uno objetivamente conozca lo que se llama el debe y el haber. Lo que sucedió con mis amigos más cercanos en Chile no me tomó por sorpresa, pero me sirvió para reafirmar mis definiciones.
Vi a mis amigos, cuyas casas eran las mías, porque coincidíamos en compartir eso que unas llaman su propio mundo, que es el de los libros, los cuadros, los discos, entre otras cosas. Y los vi en 24 horas arrancados de sus propios mundos. Unos presos, algunos desaparecidos, otros lanzados al exilio. Después los vi, porque seguimos, de algún modo, vinculados a través de los años y allí están, firmes en lo que creían, es decir, que la vida no se había acabado con aquello, sino que estaban en la actitud del rediseño. Lo digo porque ese no ha dejado de ser mi mundo.
Tengo la tranquilidad de quien sabe cuál es el precio que por estos lados se paga por creer en lo que creo y no estoy jugando al héroe. No debo creerme que no estoy en desplante de Superman o de un tipo desafiante, no. Soy un universitario que me defino intelectual, consecuente con lo que creo. Si sucede que debo pagar ese precio no se me va a acabar la vida, salvo que la represión incluya quitármela.
Me fui en la búsqueda de un paraíso para mi disfrute. Viví una experiencia de un alto significado político en el cual creía y creo. Sucedió lo que sucedió. Estuve preso. Pasé por cosas, pero nunca en el grado como la pasaron mis amigos. Por eso mi libro y su significado para mi.
¿Y el regreso?
El regreso aquí se dio entre mi deseo de entrar donde quería mi maestro. En un instituto en la ciudad universitaria y encontrarme, en buena medida, con un sector bien reaccionario que cerró filas.
Quien dirigía el instituto en ese entonces me ofreció un empleo con la osadía de decirme: "!Pero eso sí, tienes que sentar cabeza!", lo cual significó mandarlo al diablo en el mismo instante en que me lo dijo porque yo no me fui a Chile por locura. No regresé derrotado, sino con una experiencia de vida que me enseñó muchas cosas, tantas como para no permitirle a alguien que tenía que sentar cabeza.
Después, la gente de la Escuela Vargas me invitó a incorporarme como profesor y lo hice como Jefe de Cátedra.
¿Su familia lo apoyó en todo?
Nos fuimos todos. Mi familia es muy especial en ese sentido. Ellos comprendieron absolutamente porque en nuestra casa la mesa del comedor es redonda, es decir, las decisiones que se toman son compartidas y en conjunto.
Fuimos a Chile en un acto de decisión compartida porque además, nuestra percepción de la vida y la sociedad no comenzó con Chile, que es un fenómeno de 1972. Nuestra visión política de las cosas va mucho más allá.
Ahora cuando vemos casos como el de Pinochet, lo que significa el horror de una dictadura militar, la visión de la vida por parte de un militar creo que la tenemos bien clara en casa. Con la tranquilidad de que no es una visión prejuiciada, sino una imagen que descansa en vivencias de esas que uno procesa y transforma en enseñanzas.
Hábleme de sus otros libros
En cuanto al trabajo de Zapata, quise hacer una primera sistematización biográfica de su obra. Hay un capítulo de los elementos que él usa como los televisores, los boxeadores, las viejitas y todos sus personajes. Muestro sus dibujos a lápiz, a pincel y a plumilla. También hice una división de Zapata en la universidad, en la política nacional, en la internacional, entre otras. Fue un libro editado por el Consejo Municipal de Caracas con una nota de presentación bellísima escrita por el mismo Zapata.
El otro libro estuvo vinculado al humorismo en Venezuela y su evolución. Maraven publicaba libros de arte anualmente. Yo estaba empeñado en hacer una especie de cruzada del humor, en no hacer de él una cosa que llaman ladrillo para intelectuales elegidos. El humor en su masificación, pero sin la procacidad, sin el doble sentido, sin el mal gusto, sin esa tendencia a la degradación popular, pensando que lo popular es eso. Alguien sugirió a Maraven que yo era la persona indicada para escribirlo. Finalmente me invitaron y acepté inmediatamente. Era la oportunidad de jerarquizar ese género dentro de las artes.
|