Luis Daniel Beauperthuy
Visionario de la medicina venezolana
Fecha de recepción: 31/12/2000
Fecha de aceptación:
31/12/2000
“Pionero de la ciencia”, “Fundador de la Entomología en Venezuela”, “precursor de Finlay y de Pasteur”,
son sólo algunos de los epítetos asignados a este personaje cuyo mérito abarca fundamentalmente dos
aspectos: haber atribuido al mosquito la causa de la transmisión de la fiebre amarilla y haber ideado un
tratamiento para la lepra que representó significativas esperanzas de cura en un momento histórico
determinado por la vigencia de dogmas obsoletos y la escasez de recursos
Claudia de Oliveira
Mérito a quien mérito merece
Quienes ingresen por la entrada principal del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela, seguramente se toparán con el busto de un individuo llamado Luis Daniel Beauperthuy. Lamentablemente, muy poco le puede decir a sus observadores este trozo de bronce sobre la figura que representa. Apenas si ofrece algunas referencias relacionadas con su año de nacimiento y muerte, junto a una ligera semblanza física, la cual permite imaginarlo como un hombre de aire distinguido, cabellos engominados -impecablemente peinados hacia atrás-, y de una mirada muy serena, compañera perfecta del estoicismo que su recta y perfilada nariz le da a su expresión.
Los que se sientan intrigados por saber un poco más acerca de quién fue Beauperthuy, tal vez deberán internarse en alguna biblioteca y hojear en los libros de historia de la medicina venezolana o en alguna biografía suya elaborada hace más de 40 años, pues es difícil que Internet sea de utilidad para este fin. Sólo así, les será posible entender su relevancia como médico, investigador y por qué su rostro está colocado en aquel edificio.
En cuanto la búsqueda de información se intensifique, los curiosos posiblemente descubrirán, por ejemplo, que esta figura nació un 26 de agosto de 1807, en la Isla de Guadalupe, la cual forma parte de las Antillas Francesas. Asímismo, identificarán en la vocación científica de este personaje una suerte de herencia transmitida desde su abuelo -un médico cirujano-, pasando por su propio padre -químico y farmacéutico de alto prestigio (6, p.52), hasta llegar a este hombre de ciencia, a quien le correspondió continuar la zaga familiar no sólo en cuanto a la profesión seguida, sino también en la estima y aprecio que su personalidad generosa, don de gentes y pensamiento amplio supo ganarse con el tiempo (2, p.9).
Igualmente, los interesados podrán saber que a este antillano, a pesar de no ser originalmente de Venezuela ,la medicina nacional de este país supo aceptarlo como hijo adoptivo. En efecto, de sus 64 años de vida, 29 los dedicó a trabajar en estas tierras. Precisamente, en ellas germinaron las ideas y teorías con las cuales se ganó el calificativo de precursor en varios ámbitos de la ciencia y la salud .
Uno de ellos, quizá el principal, está relacionado con sus trabajos e investigaciones sobre la fiebre amarilla, que le permitieron ser el primero en intuir cómo su contagio a seres humanos no se daba de persona a persona, sino mediante la picadura de un mosquito -conocido comúnmente como "patas blancas" - portador del virus causante de la enfermedad. Aquella hipótesis, más de veinte años después, sería definitivamente confirmada por el cubano Juan Carlos Finlay, luego de haber sido èl quien completara el ciclo que explicaba, finalmente, el proceso de transmisión de dicho mal. Luego, entre 1900 y 1901, una Comisión Médico Militar Americana, conformada por Walter E. Reed, Jesé W. Lazear, James Carroll y Arístides Agramonte, aceptaron como válidas y definitivas las afirmaciones de Finlay.
Al respecto, vale la pena destacar lo expresado por Agramonte cuando se refirió a este hombre de ciencia: "Reclamo para Beauperthuy, el título de abuelo de la teoría del mosquito en la fiebre amarilla, ya que todos reconocemos al Dr. Finlay la paternidad de la doctrina moderna". (2, p.17)
Su labor en pro del tratamiento de la lepra también es otro de los aspectos que justifican la denominación de esta figura como un pionero. No en vano, fue uno de los pocos profesionales que supo rebelarse a los dogmas científicos de su tiempo y creer en sus posibilidades de cura. De hecho, este antillano ideó un método de sanación cuyos iniciales resultados, tras haber sido exitosos, fueron divulgados en varias partes del continente americano y europeo.
Algunos de sus biógrafos, como José María Llopis, lo han visto como un abanderado del periodismo científico en Venezuela, pues fueron numerosos los escritos que él llegó a publicar en la prensa de la época. A través de los mismos, este personaje explicó determinados fenómenos o acontecimientos relacionados con su especialidad, de manera detallada y minuciosa. Dicho proceder, generalmente respondía a peticiones hechas por los mismos dueños y directores de periódicos, quienes llegaron a considerarlo como una autoridad en materia científica y médica.
Quienes emprendan la investigación sobre la vida y obra de Beauperthuy, también podrán darse cuenta de que la misma está envuelta en una gran contradicción: a pesar de sus aportes todavía no se le ha dado a su figura una justa ubicación en el ámbito de los valores de la medicina venezolana. Este fue un alto precio a pagar por haber sido un hombre que estuvo muy por encima de la precariedad del ejercicio y conocimiento científico de aquel siglo y territorio donde le tocó desempeñar buena parte de su trabajo. Algunos institutos en Venezuela asumieron la tarea de reinvindicarlo al darle a sus edificios su nombre. Tal es el caso del Centro de Microbiología y Biología Celular el cual lleva por nombre "Luis Daniel Beauperthuy" y que funciona en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) . No obstante, todavía queda mucho por hacer al respecto. Afortunadamente, todavía se está a tiempo para darle un reconocimiento mayor, al fin y al cabo, nunca es tarde para darle mérito a quien mérito merece.
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