Julio-Septiembre 2024 99
DOI:10.70024 / ISSN 1317-987X
 
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Artículos
 

Renato D. Alarcón
Psiquiatra



Psiquiatría
Ser psiquiatra en América Latina: ¿vale la pena?
Fecha de recepción: 31/12/2000
Fecha de aceptación:
31/12/2000

El autor se pregunta ¿quiénes somos los psiquiatras latinoamericanos y cuál ha sido nuestra presencia en un continente lleno de contradicciones que van de lo geográfico a lo social?. En ese escenario, ser psiquiatra requiere de características especiales que van desde la capacidad de empatía y adaptación hasta el conocimiento científico y el temple anímico.




¿Cuál es nuestra historia?
Conferencia Magistral presentada en la Reunión Regional de Países Bolivarianos y del Caribe, Asociación Psiquiátrica de América Latina (APAL) Isla de Margarita, Venezuela.
Noviembre 24-27,1999
 
 
 

En 1985 publiqué una nota editorial en Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina titulada "Ser psiquiatra en América Latina" (Alarcón, 1985). Un colega y amigo venezolano, agudo lector de la historia de nuestra disciplina en el continente, sugirió una suerte de actualización de tal tema en el contexto de final de siglo, en tanto que la pregunta "¿Vale la pena?" refleja en su aparente e inofensiva ingenuidad, el cúmulo de angustias, interrogantes, esperanzas y frustraciones de casi 15.000 hombres y mujeres de América Latina que, en un momento decisivo de sus vidas, escogieron consagrar su destino profesional a este agridulce, a veces esquivo pero incambiable quehacer que llamamos psiquiatría.

"Un psiquiatra latinoamericano montado a horcajadas entre el escenario material del norte y la presencia eterna de mis montañas, mis cielos azules"

Permítanme empezar planteando preguntas aparentemente simples pero necesarias y que, en cierto modo, enmarcan  la estructura de mi presentación: ¿Qué somos y quiénes somos los psiquiatras de América Latina? ¿Cuál es nuestra historia?. ¿Qué es, en última instancia, esta ciencia, este arte que recibe el nombre de psiquiatría? ¿Qué es y que nos ofrece esta realidad geográfica, social,  política y demográfica que se llama América Latina? ¿Cómo se constituye esta entidad que llamamos psiquiatría latinoamericana, cómo se  practica, cuáles son sus características más resaltantes y cuáles sus logros más sobresalientes en casi 200 años de historia?. Y en un ámbito más personal y tal vez más profundo: ¿Está satisfecho, es feliz con lo que hace, un psiquiatra o una psiquiatra en nuestro continente?. No he investigado todos estos temas, no tengo cifras exactas ni tablas ni encuestas, no tengo complicadas fórmulas estadísticas, ni siquiera etnografías, memorias o declaraciones exclusivas, no soy autor de los miles de informes elaborados por aburridas y aburridoras burocracias nacionales o internacionales.Ello no quiere decir, sin embargo, que tales trabajos y tales documentos no sean necesarios. Soy sólo un modesto observador, "un inquilino tristón de las orillas" como reza un verso de Piero, el cancionista argentino en la epifania de los años 60; un psiquiatra latinoamericano montado a horcajadas entre el escenario material del norte y la presencia eterna de mis montañas, mis cielos azules, mi infancia y mi juventud nunca fracturadas, jamás alienadas, siempre cerca de mis amigos y hermanos en esta patria grande. No pretendo contestar tajantemente aquellas preguntas ni la pregunta del título. Únicamente, ofrecer perspectivas, alguna que otra información y reflexiones personales en torno a estos temas cuya trascendencia, sin embargo, no podemos negar.

Los psiquiatras de Latinoamérica tenemos ciertamente orígenes modestos.  Somos, aunque no lo tengamos muy presente, herederos de brujos y hechiceros de la amazonía, la meseta, la sabana o las islas del Caribe. Cargamos el legado de rituales, sortilegios, hierbas y danzas revestidas hoy con los ropajes de una modernidad prestada (Roselli, 1977; León, 1972). Cierto es que la colonia nos trajo retazos de la medicina medieval y renacentista y que más tarde nos afrancesamos o nos anglificamos en función de la hegemonía de moda, pero siempre nos quedó algo de la sabiduría y el ingenio del sacerdote, del amauta, del curandero. Fuímos los "loqueros", custodios o guardianes en manicomios subhumanos, padecimos (¿o gozamos ?) del aislamiento espléndido al que una sociedad culpable y cobarde nos relegó por muchas décadas (Alarcón, 1990). Más recientemente, no podemos sacudirnos del impacto primariamente norteamericano de una tecnología deslumbrante, embriagadora y despersonalizadora (Appadurai, 1999). Pero estamos en Latinoamérica, somos latinoamericanos y sea cual fuere el campo de la psiquiatría en el que nos movemos, llamémonos clínicos, académicos, investigadores o neurocientíficos, estémos entregados a la psiquiatría pública o a la práctica privada, o a ambas como es el caso de muchos colegas a lo largo del continente, nuestra identidad y nuestro quehacer llevan ese inconfundible sello de una cultura que combina sensibilidad intensa, pasión, un sentido peculiar de la historia y de su ritmo en el devenir humano, una actividad que va mucho más allá de los formalismos profesionales, una habilidad telúrica que permite enhebrar historias en contextos reales y no codificados, y creatividad en la generación de recursos terapéuticos en zonas deprivadas. Somos flexibles en marchas y contramarchas dictadas por "escuelas", agendas y ortodoxias distintas, sabemos sobrellevar los avatares de la convergencia entre ideales inexhaustos y realidades innegables, no creo que hayamos perdido del todo la inocencia de jornadas románticas pero estamos prestos al replanteamiento de estrategias si las circunstancias así lo determinan (Alarcón, 1990). Todo eso somos y todo esto hacemos.

"Somos, aunque no lo tengamos muy presente, herederos de brujos y hechiceros de la amazonía, la meseta, la sabana o las islas del Caribe"

Por otro lado, estamos a las puertas de un nuevo siglo y el regodearse con pasados gloriosos o con el legado de culturas milenarias puede equivaler a ejercicio negatorio o a indiferencia casi suicida. Somos parte de esa mítica "aldea global" que los centros de poder se empecinan en endilgarnos sin reconocer diferencias de la más variada índole. Pero, aun si no lo fuéramos, no podemos negar la influencia de un proceso informático cada vez más complejo y entrelazador y, después de todo, tenemos la porosidad y la receptividad que provienen de nuestra visión no provinciana del mundo y de sus realidades (Alarcón, 1990; Vidal, 1987). La psiquiatría contemporánea no es lo que fue un siglo atrás, ni siquiera 20 ó 30 años atrás. Los avances en la comprensión de etiopatogénesis, diagnóstico y tratamiento de depresión, ansiedad, pánico, enfermedad bipolar o esquizofrenia son realmente impresionantes. La investigación epidemiológica y clínica nos sitúan mucho mejor en la estimación de prevalencias, tendencias, diferencias etarias y de género, accesibilidad y utilización de servicios y, por cierto, de los resultados de nuestras intervenciones clínicas. Mal que bien, la psiquiatría de hoy reconoce el enorme espectro de interacciones biológico-culturales que incita a la búsqueda de conceptos-puente, nexos relevantes para el por qué y el cómo de enfermedades mentales (Alarcón, 1999) y, lo que es más importante, sigue asumiendo su rol de disciplina médica líder en la protección y salvaguarda del humanismo como base inalienable del encuentro terapéutico y de la relación con el paciente, su familia y su comunidad en lucha cotidiana contra adversarios formidables (Alarcón, 1998; Saurí, 1969).

"Para ser psiquiatra se requiere todavía un set especial de requisitos que van desde la capacidad empática hasta la habilidad para trascender barreras disciplinarias y moverse cómodamente en campos tan diferentes como la interacción molecular o la violencia callejera"

No puede negarse entonces que ser psiquiatra es radicalmente diferente de ser cualquier otro especialista médico, a pesar de la muchas veces manoseada remedicalización de nuestra disciplina. Para ser psiquiatra se requiere todavía un set especial de requisitos que van desde la capacidad empática hasta la habilidad para trascender barreras disciplinarias y moverse cómodamente en campos tan diferentes como la interacción molecular o la violencia callejera . Ser psiquiatra requiere todavía un conjunto de intereses vastos, casi renacentistas, porque los seres humanos con los que lidiamos requieren esa comprensión extensa de sus historias y sus avatares. Ser psiquiatra exige, como decía Octavio Paz de André Breton, capacidad de adivinación y de contradicción, aquélla para entreabrir la historia del tiempo personal, ésta para fortalecer y afinar su temple anímico (Paz, 1996). O, como el mismo Breton pregonaba en el zenit de su revolucion surrealista: sería un error creer haber captado la manzana de la "claridad", cuando encima de la manzana tiembla una hoja más clara: la sombra de la duda (Breton, 1996). ¿Por qué invoco al surrealismo para hablar de la psiquiatría?. ¿Es que no nos hemos preguntado alguna vez que nuestra especialidad es o parece ser una actividad surrealista? ¿Y no es Latinoamérica con sus paisajes, las calles de sus ciudades y las acciones de sus gentes, un immenso lienzo surrealista, tal como nos lo decía Alejo Carpentier (Carpentier, 1986)?

Pero ser psiquiatra también requiere disciplina, dedicación consistente, focalización de intereses en el momento y a la distancia. Disciplina que le haga captar la exacta secuencia de una historia clínica, la comprensión fenomenológica del hecho psicopatológico, su significación dinámica, su evolución etiopatogénica en la multidimensionalidad bio-psico-socio-cultural y espiritual. Consistencia que le permita elaborar un esquema de tratamiento comprensivo, la integración de enfoques individuales, familiares y grupales, la elección de un agente psicotrópico y la explicación pormenorizada de sus efectos deseables y secundarios. La fundamentación de su diagnóstico no en teorías esotéricas sino en la evidencia de una literatura científica (no solo neurocientífica, sin embargo) sólida y reconfirmada . Y finalmente, disciplina que le permita vislumbrar el pronóstico con la mayor objetividad posible y que le haga regular con genuina calidez humana la provisión de consuelo, esperanza y optimismo que, después y a pesar de todo, es lo que nuestros pacientes esperan siempre.

Tal es, entonces, la herencia del psiquiatra latinoamericano y la esencia de quien se llame psiquiatra en cualquier latitud del globo. Ahora bien, ser psiquiatra en América Latina entraña una dimensión añadida, diferente y, por cierto, fundamental. En otros escenarios, en particular en aquéllos del llamado Primer Mundo, la compartamentalización de realidades es tal vez un ejercicio factible, fácil y cotidiano, pero, para el psiquiatra latinoamericano, el permanecer ajeno a las circunstancias del ambiente en que vive y ejerce es prácticamente imposible. Por designio histórico, por temperamento, por exigencias ambientales reales e innegables, el psiquiatra latinoamericano y su quehacer son, para parafrasear nuevamente a Paz, un "singular universal" (Paz, 1951). Veamos por qué.



¿Cuál es nuestra historia?
¿Qué es América Latina?
Y bien, ¿vale la pena ser psiquiatra en América Latina?
Bibliografía

NOTA: Toda la información que se brinda en este artículo es de carácter investigativo y con fines académicos y de actualización para estudiantes y profesionales de la salud. En ningún caso es de carácter general ni sustituye el asesoramiento de un médico. Ante cualquier duda que pueda tener sobre su estado de salud, consulte con su médico o especialista.





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