Desde épocas pretéritas, la magnitud de las enfermedades crónicas ha sido estudiada
mediante la medición de la morbilidad, la mortalidad y la letalidad. Se
reconoció también desde entonces, la carencia de indicadores que identificaran
otros estados alterados de la salud, como la discapacidad (estado funcional) y
la calidad de vida(1). En el
pasado hubo intentos de crear
indicadores conjuntos que tomaran en cuenta todo el abanico de posibilidades
del proceso salud-enfermedad, como ha sido reseñado por diversos autores (2).
Pero ninguno de ellos pudo imponer con éxito, sus propuestas. A partir de
los años noventa, han venido utilizándose con divulgación creciente, otros indicadores para evaluar lo que se ha
denominado “la carga de la enfermedad”.
El primer estudio
con este título fue iniciado
en 1992 a instancias del Banco Mundial(3),
siendo concluido para poder ser presentado
en su informe de 1993 y que posteriormente, para ser mejorado y publicado, en múltiples
ocasiones ha recibido la colaboración y participación de la Organización
Mundial de la Salud, así como de otros organismos como universidades (en
especial, la universidad de Harvard), gobiernos de naciones desarrolladas, etc. Uno de los principales creadores de la
nueva metodología, el Dr. Cristopher Murray, funcionario de la OMS, realizó revisiones y actualizaciones del
estudio original publicadas en los informes anuales de salud(4).
Posteriormente con apoyo privado, a
estos aportes iniciales del Banco Mundial y de la Organización
Mundial de la Salud, así como sus sucesivas contribuciones que han continuado en el tiempo, se ha agregado el Instituto de Métricas de
Salud, que tiene su sede en la ciudad de Seattle, en los Estados Unidos(5), que ahora bajo la dirección del mismo Murray, ha publicado amplísimos
informes de la GBD (Global Burden of Disease), con numerosos colaboradores de
muchos países que han permitido ampliar el panorama del proceso salud - enfermedad en el mundo. Se trata
realmente, de una verdadera revolución epidemiológica, al emplear nuevas
herramientas estadísticas muy sofisticadas, logrando hacer conocer información
aún de países que cuentan con muy pobre data. En América Latina es de destacar
el aporte que ha venido dando el Observatorio de la Salud, con la ayuda del Instituto CARSO de la salud en asociación
con la Fundación Mexicana para la Salud(6).
Desde hace ya varios
años se viene conociendo la contribución e importancia de las bebidas
azucaradas (BA) sobre la obesidad y sobrepeso, descrita por numerosos autores, existiendo al respecto, suficiente información bibliográfica muy específica sobre ella (7).
Lo mismo que sobre su capacidad de aumentar el riesgo de presentar diabetes
tipo 2, independientemente de su posibilidad
de provocar adiposidad(8).
Además, es bien conocido
que un alto consumo de BA podría llevar un aumento del Índice de Masa Corporal
y por ende también de los riesgos que esto produce. Entre ellos la aparición de
varios tipos de enfermedades crónicas no transmisibles.
Se han presentado de
igual manera algunos estudios sistemáticos que rechazan o consideran
inconsistentes la asociación entre BA y
el riesgo de obesidad (9). En igual sentido, el nexo entre este
tipo de bebidas y la mortalidad por enfermedades cardiovasculares(10).
Pareciera existir en este caso, cierta semejanza con lo ocurrido con las
investigaciones que inicialmente asociaban el tabaquismo con cáncer de pulmón y
posteriormente con otras numerosas enfermedades. A estos estudios prontamente
se sumaron otros financiados por las industrias tabacaleras que ponían en duda
dicha asociación. El tiempo se encargó de fallar a favor de los primeros ya que
la evidencia resultó tan incuestionable que las tabacaleras sucumbieron a sus
propósitos de desacreditar los trabajos que robustecían la propuesta causalidad
del cigarrillo con muchas patologías. Precisamente, un interesante artículo
denominado “una sistemática revisión de revisiones sistemáticas” demostró que
los conflictos de intereses financieros sesgaban los resultados de aquellas
revisiones que no encontraban asociación entre el aumento de peso y las BA (11).
Hace poco tiempo salió
publicado en el Journal of Clinical Nutrition(12) un interesante
artículo que ha dado mucho que hablar, ya que encontró que el ingerir BA con
cantidades bajas, medianas o grandes, aumentaron determinados factores de
riesgo de las enfermedades cardiovasculares en un lapso de tiempo tan corto
como apenas dos semanas.
Recientemente un grupo de investigadores de la Universidad
de Tufts, de Harvard, del Imperial College of London y del Instituto de
Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, con el apoyo
de numerosos colaboradores de varios países, publicaron una investigación(13)
que calculó la carga de la enfermedad global, regional y nacional
relacionada con el consumo de bebidas azucaradas (BA) para el año 2010. Como
comentamos en otro artículo(16) “los autores incluyeron como BA las
gaseosas (sodas), jugos de frutas, bebidas energizantes, tés con azúcar o frescos caseros (frescas),
que contuviesen como mínimo 50 kcal por
onza. No se incluyeron los jugos 100% de frutas. Se estimó por un lado el efecto de las BA
sobre el Índice de Masa Corporal (IMC) y por el ende, el efecto de las BA sobre
la diabetes tipo 2, algunas enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de
cáncer. Se trató de un esfuerzo muy meritorio que se hizo por vez primera en el
mundo(13,16). Aunque nos interesan particularmente los datos de
Venezuela, resulta conveniente conocer algunos resultados a nivel global
como los siguientes.
En
lo que respecta a mortalidad global, la
investigación que comentamos(13) atribuyó 184.000 defunciones (95 % IC
161.000-208.000) al consumo de BA, que
representaron el 5,3 % (95 % IC 5,0 %-5,8 %) de todas las muertes por diabetes,
el 0,4 % (95%, IC 0,3 %-0,6 %) de las muertes que relacionan el IMC con las
muertes cardiovasculares, y el 9,3 % (95 %, IC 0,3 %- 0,6 %) de las defunciones
por cáncer relacionadas con el IMC. El 72,3 % de las muertes correspondieron a
diabetes mellitus, (133.000, 95 %, IC 126.000-139.000), 24,2 % (45.000; 95 %, IC 29.000-61.000) a
enfermedades cardiovasculares, y 3,5 % (6450; 95 %, IC 4300-8600) a cáncer
relacionado con IMC.
Se
hallaron importantes diferencias en
relación a la mortalidad regional, correspondiendo a América Latina la tasa más
alta (48.000 por millón de adultos y la más baja a Australia y Nueva Zelanda
(560; 95 %, 440-700). Tal como sucede en
el ámbito global, los adultos mayores tienen la mortalidad atribuible a las BA
más elevada, pero los adultos jóvenes, proporcionalmente presentan la más alta (13).
Entre
los veinte países más poblados del mundo, México tiene las tasas más elevadas ( 405 fallecimientos por cada millón
de adultos). Las cifras anteriores significan que el 12,1 % de las muertes por
diabetes, enfermedades cardiovasculares y tumores malignos relacionados con la
obesidad ocurridos en México, pueden ser atribuidas al consumo de bebidas
azucaradas(14). A continuación le sigue Estados Unidos (125 muertes por cada millón
de adultos), luego Indonesia y Brasil. México, igualmente liderizó a nivel
mundial los Años de Vida Ajustados por Discapacidad (AVAD
en español, DALYs en inglés), que como es conocido, este indicador combina la mortalidad prematuramente perdida con los
años de vida perdidos por discapacidad. En este país, uno de cada seis diabéticos relacionados con DALYs fue atribuido a la ingesta de BA. China presentó
la tasa de DALYs más baja. México tiene una de las tasas más elevadas de
diabetes tipo 2 en el mundo y es uno de los países que utilizan mayor cantidad
de jarabe de maíz de alto contenido en fructosa como endulzante. La fructosa se
usa también muy frecuentemente para edulcorar muchos tipos de bebidas y se
conoce que inhibe la producción de leptina e insulina, hormonas estas que
contribuyen a regular la glicemia y la obesidad(15).