Parasitología
¿Antiguas enzootias o endemias emergentes?
Fecha de recepción: 10/12/2005
Fecha de aceptación:
24/01/2006
*Boletín de Malariología y Salud Ambiental. Vol. XLIV, N° 2, Agosto-Diciembre, 2004.
Pese a los esfuerzos por controlarlas, en Venezuela, persiste y se incrementa la transmisión de la Enfermedad de Chagas y de la leishmaniasis, particularmente la forma cutánea producida por Leishmania (Viannia) braziliensis. La persistencia obedece al incremento demográfico y a la invasión, por parte del hombre, de territorios enzoóticos. Ambas endémias, exclusivemente neotropicales, evolucionaron a partir del Cretáceo en Marsupialia, Edentata y Rodentia histricomórfos con conocidas formas fósiles de veinte millones de años de antigüedad. Mamíferos reservorios, protozoos Kinetoplastida y vectores Triatominae y Phlebotominae persisten como sistemas que demandan avanzados estudios en sus condiciones naturales y la formación local de personal especializado, particularmente mastozoólogos y entomólogos.
Palabras Claves: enzootias, endemias, orígenes.


Análisis
De otro
lado, Convit et al. (2003), en una evaluación sobre inmunoterapia
anti-leishmaniásica practicada en 5.341 pacientes de tres áreas distantes de Venezuela,
han inducido respuesta clínica positiva en el 95,7 % de los casos tratados con
dos o tres inyecciones de un inmunógeno complejo; no obstante, entre otros
1.142 pacientes atendidos en su Servicio Central, en Caracas, tratados con el
mismo inmunógeno, se reportaron 17,6 % de fallas.
Estos
trabajos revelan, por una parte, que los parásitos (Leishmania spp.)
tienen amplia circulación en representantes de Rodentia y Marsupialia autóctonos
y por la otra, que las lesiones que inducen sus vectores Phlebotominos en
residentes de localidades endémicas de Venezuela, pueden ser clínicamente
tratadas, en un alto porcentaje, mediante la estimulación del sistema inmune.
Estos
comentarios traen a consideración, que trajinamos sobre un territorio
leishmanícola de una diversidad de reservorios silvestres, cuya importancia
epidemiológica oscila entre sus ciclos reproductivos y los cambios climáticos
de sus hábitats por un lado, y de las complejas interacciones entre variadas
poblaciones de Leishmania, con sus vectores y hospedadores naturales de
genética diversidad, por el otro, todo lo cual constituye un enorme reto para
su control.
Para
abordar estas adquisiciones, invocaremos en primer lugar, a un filósofo natural
que residió por casi medio siglo en Venezuela, en la ciudad de Coro. León
Croizat, fallecido en Noviembre de 1982 y nacido en Turón en 1894 nos dejó 258
publicaciones sobre botánica y biogeografía, 75 de ellas elaboradas en nuestro
país. Entre éstas y editada por él mismo, en "SPACE, TIME AND FORM"
(Croizat, 1962) analiza biogeográficamente el devenir de la evolución biológica
y en particular la de nuestro continente, a partir de treinta millones de años
previos, con su enfoque sobre Ortogenia o dirección del devenir evolutivo
biológico, contraponiendo su concepción a la selección natural de Charles
Darwin, provocando un sismo epistemológico y científico, que en la actualidad
se debate en cenáculos de los Estados Unidos, Australia e Inglaterra. Croizat
admite la evolución como un proceso geológico en el espacio y en el tiempo,
para dar lugar a la diversidad de las categorías taxonómicas y sistemas
ecológicos.
En
nuestro caso, entendemos sistemas ecológicos, a las zoonosis leishmánicas,
sinesias de Kinestoplastida con animales silvestres infectados, en sus condiciones
ambientales, incluidas las vectores o transmisores, que las diseminan.
La Región
Neotrópica, más que ninguna otra en el planeta, es rica en especies mastozóicas
de Leishmania; algunas de ellas como el subgénero Viannia,
exclusivo de nuestro continente, con ocho especies neotropicales, en una
variedad de vectores Phlebotominae que sobrepasa 400 especies agrupadas
principalmente en el gúnero Lutzomyia (Young & Duncan, 1994).
A
despecho de tal diversidad, persiste la creencia de asignar su origen a la
Región Palertica (Kerr, 2000). Arranca tal hipótesis de la concepción de
Lysenko (1971) quien asume que tales parísitos arribaron a nuestro continente
por migraciones de sus hospedadoras a través del puente de Behring durante el
Oligoceno, entre veinte y treinta millones de años atrás.
Advertimos
que la teoría croizatiana rechaza y refuta esas migraciones y desplazamientos
transcontinentales. Para comprender el remoto pasado de estas importantes
enzootias neotropicales, conviene considerar que el hombre, extraño por su
origen al Continente Americano, habita en nuestra América desde hace unos
treinta mil años.
Recordemos
que éste, nuestro subcontinente neotropical, hasta hace poco menos de once
millones de años, cuando se formó el Istmo de Panamá, estuvo aislado de los
demás bloques continentales durante cincuenta millones de años, justamente
durante el Período Terciario, cuando comenzaron a elevarse los Andes y
evolucionaron los mamíferos reservorios de estos agentes etiológicos y sus
artrópodos vectores.
Comienza
el desarrollo de este conocimiento, con la formulación de la muy conocida y
divulgada Teoría de la Deriva Continental, propuesta por Alfred Wegener en
1922. Esta teoría postula la separación de nuestro continente, durante el Cretácico,
de África, la India, Australia y la Antártida, bloques originados a partir de
la fragmentación del núcleo original de Gondwana.
Los
mamíferos del Neotrópico, reservorios de esos parásitos, para entonces
estuvieron representados por marsupiales relacionados con los de Australia, por
xenartros o desdentados como los osos hormigueros, los perezosos y cachicamos,
por grandes roedores del tipo cobayo, chiguire, lapa y puercoespín, además de
pequeños roedores como Proechimys y Orizomys.
Muy
recientemente, el paleontélogo Orangel Aguilera (2004), desde la Universidad
Experimental Francisco de Miranda, ha producido "Tesoros Paleontológicos
de Venezuela", donde describe e ilustra restos fósiles de estos mamíferos
en yacimientos de Urumaco, próximos a la ciudad de Coro, con treinta millones
de años de antigüedad, región que para entonces fue cauce del río Orinoco,
antes de su desvío hacia el oriente presionado por la elevación de la
Cordillera de Los Andes.
Y
siguiendo con el recuento sobre la antigüedad de los vectores de estas
zoonosis, hace cuarenta años, acompañando al extraordinario entomólogo
venezolano Ignacio Ortiz, investigamos en esa reliquia natural que es el Parque
"Henry Pittier" del estado Aragua y hallamos flebótomos cuyos machos
poseen dos grandes y fuertes espinas terminales en su ornatura genital.
Propusimos para estos flebótomos un nuevo subgénero de Lutzomyia y los
llamamos Pifanomyia ottolinai (Ortiz & Scorza, 1963) para rendir
homenajes al Maestro Félix Pifano y al entonces recién desaparecido bilharziélogo,
doctor Carlos Ottolina. Esa propuesta taxonómica fue acogida inmediatamente por
el Profesor Amilcar Martins et al (1978) en su revisión de los Flebótomos
de América.
Tras casi
medio siglo transcurrido, nos ha sorprendido gratamente, en el 2002, la identificación
del fósil, Pifanomyia falcaorum, hallado en Ámbar de Santo Domingo, con
una edad aproximada de 15 a 20 millones de años; esto es, del Mioceno Medio. Ha
sido un trabajo publicado por Reginaldo Peñanha y Dilermando Andrade (2002).
Con anterioridad,
Zeledón et al (1985) habían adscrito otra especie al subgénero Pifanomyia,
L (P) cristophei hallada también en la Republica Dominicana y más
recientemente, Wolf & Galati (2002) describen otras dos especies de
Colombia, de localidades altas, por encima de dos mil metros. Anotamos, en
consecuencia, que hace veinte millones de años, existían en la cadena de las
islas antillanas, tal lo están en el Continente, especies de flebótomos afines
y adscritos al moderno grupo Verrucarum, que incluye especies transmisoras de Leishmania
(Viannia) spp. y de Bartonella bacilliformis.
Y para
insistir sobre la remota antigüedad de estas endemias por Kinetoplastida,
exclusivamente de nuestro continente neotropical, advertimos que
losTriatominae, chinches mastozoófilos en su mayoría, son transmisores de por
los menos dos Tripanosoma (T. cruzi y T. rangeli),
exclusivos también de América Central y Meridional. Triatominae constituyen
una subfamilia monofilética de chipos, con amplísima distribución en el Neotrópico,
asociada estrictamente con el parásito productor de la enfermedad de Chagas y
con hábitats en diversos ecotopos, que incluyen desde nidos de aves
Dendrocolaptidae (Psammolestes spp.) hasta cuevas de murciélagos, donde
se ha hallado, por ejemplo Torrealbaia martinezi Carcavallo, Jurberg
& Lent 1998, de la tribu Cavernicoli, chipo con caracteres
intermedios entre depredador y hematífago. Este hallazgo aparece en la Addenda
et Corrigenda para el Atlas dos Vectores de Doenía de Chagas nas Americas,
Vol. III: 1183-1192, por Lent, H., Jurberg, J., Carcavallo, R. & Galvao, C.
(1999).
La
especiación de estos Triatominae ha sido reciente; por ejemplo Eratyrus
mucronatus y E. cuspidatus, bien diferenciados y contrastados
morfológicamente, aparecen separados a ambos lados de la Cordillera de Los
Andes de Venezuela, para advertirnos sobre su muy reciente evolución. Este brevísimo
recuento nos conduce, con carácter “quasi” determinístico, a admitir la
fatalidad de riesgos que se abaten sobre nuestro devenir social latinoamericano
por causa de estas enfermedades.
Desde los
mismos comienzos del siglo XX, destacados investigadores nuestros descubrieron
o estudiaron entidades nosológicas hasta entonces desapercibidas. Rafael
Rangel, Carlos Chagas, Gaspar Vianna y otros, realizaron antes de la década del
veinte, importantísimos descubrimientos nosográficos y fomentaron el interés
por el estudio de esas endemias.
Podemos
decir que medio siglo más tarde y con los aportes derivados de tecnología de
postguerra, ha habido progresos en el control de tales enfermedades. Tal vez,
con mayor impacto, fue el control de las malarias y las erradicaciones de la
peste bubónica y la fiebre amarilla. Este éxito, explicaría a su vez, que
hayamos bajado la guardia y hoy nos hallemos en un período de “re-emergencias”.
No solamente se han reducido los recursos materiales para combatir endemias que
hemos creído controladas, sino hemos desmontado establecimientos y academias
para la formación de personal.
Recordamos
con alarma, que hace poco más de veinte años, tuvo lugar en Washington una
reunión de la OPS, para estudiar el fenómeno de la desaparición de la enseñanza
de la Parasitología y de las Enfermedades Tropicales en casi todos los países
de América. Tal vez, se pensaba, que mediante la adopción de otros paradigmas
de la Biología Moderna, se concluiría el proceso de control de las enfermedades
tropicales de mayor prevalencia.
Por ello,
conceptos sobre higiene y prevención desaparecieron hasta de la enseñanza
secundaria, en tanto que se mantiene la creencia en una inmunogénesis inducida
que podría sustituir a los fármacos, sosteniéndose además la convicción que un
control de vectores mediante pesticidas de cuarta generación, podría rematar al
dengue, las encefalitis equinas, la malaria, la enfermedad de Chagas, la
oncocercosis o las leishmaniasis.
Mientras
eso se digiere, persiste el retroceso en las investigaciones entomológicas de
campo. Los entomólogos del tipo Cova-García, Ortiz o Anduze, son especies en
extinción. Recientemente han fallecido dos de los más brillantes, el Profesor
Herman Lent y Rodolfo Carcavallo. Nuevos desarrollos y, nos referimos a la
Biología Molecular y la Genética, como herramientas per se, se
estima que puedan sustituir al estudio de los organismos y sus vectores, olvidándonos
que somos intrusos en un cambiante mosaico de sistemas ecológicos muy antiguos.
No
deseamos que se piense que abjuramos la modernidad científica; simplemente
expresamos la persistente y creciente necesidad de estudios ecológicos en
condiciones ambientales. Las parasitosis, como sistemas ecológicos, tienen
particularidades locales. La secuencia genómica que construyamos sobre una
cepa, por ejemplo, de Trypanosoma, Leishmania o Plasmodium,
necesariamente no es ni puede ser la secuencia en las poblaciones de Trypanosoma,
Leishmania o de los Plasmodium.
Complica
nuestro horizonte de dificultades, el incremento y la movilidad de la
demografía y también el incontenible aumento de contaminación ambiental y su
efecto sobre la temperatura de éste, nuestro frágil invernadero planetario.
Una
consideración final. Al concluir el siglo XX, se cierra el siglo de la Biología
Clásica y se perfilan profundas transformaciones en las ciencias de la vida.
Hemos devenido en un desarrollo de extremadas especializaciones, en la praxis
de muy variadas disciplinas con no muy bien definidos territorios y
metodologías.
La
especialización nos ha conducido a la construcción de una moderna torre de
Babel. Nos aislamos en ultra-especializaciones y persistir en esas
especializaciones no importa cuán fructíferas sean, reduce su conocimiento a
favor de élites. Nos olvidamos que la hibridación material y social ha
producido siempre descendencia vigorosa. Nuestras universidades deberán
repensar sus estructuras tradicionales para la proyección de nuevos currículum y
programas.
Es un
reto y nuestro país, en estos mismos días, se halla en los albores de un
horizonte que debemos y podemos aprovechar.
Agradecimiento
El autor
agradece a los coordinadores del evento: Una red para los estudios integrales
de la Leishmaniasis, Agenda Científica del Milenio y al FONACIT Proyecto
Frontera N° 98000576, por el cofinanciamiento recibido.
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