La
obesidad y más específicamente la adiposidad central, puede considerarse como
el principal detonante, que junto con otros componentes del Síndrome Metabólico
(SM), como el incremento de la concentración plasmática de triglicéridos,
glucosa, insulina y la disminución del colesterol unido a las lipoproteínas de
alta densidad (c-HDL), conllevan a la instauración de una patología
cardiometabólica (1).
Clásicamente
se ha asociado la elevación de la concentración del colesterol de baja densidad
(c-LDL), con el riesgo a sufrir enfermedad coronaria(2), sin
embargo, se ha determinado que existe una proporción significativa de sujetos
que presentan eventos cardiovasculares, a pesar de ser normolipémicos; así, en
un estudio realizado con mujeres norteamericanas, se demostró que el 46%
de las que habían sufrido tales
eventos, tenían valores séricos de c-LDL inferiores a 130 mg/dL(3) y esto pudiese ser debido, al menos en parte,
a que al valorar los lípidos en sangre, no se toma en cuenta el tamaño de las
partículas de LDL(4), por lo que la cuantificación de esta lipoproteína no siempre
se considera suficiente para evaluar riesgo cardiovascular(5).
Se han descrito cuatro subclases de partículas
de LDL, enumeradas de menor a mayor densidad como I, II, III y IV que corresponden respectivamente a los fenotipos
“A”, constituido por las LDL grandes y menos densas
(I y II) y el “B” por las
pequeñas y densas (LDLpd) (III y IV)(6).
Es
frecuente encontrar un aumento de las LDLpd en ciertas dislipidemias familiares y se han asociado a
un incremento de riesgo a sufrir enfermedad cardíaca coronaria(6),
lo cual puede deberse a que estas partículas son más susceptibles a oxidarse(7),
menos afines al receptor de las LDL(8,9) y tienen mayor afinidad por
los proteoglicanos(4,10). Todo esto indicaría que la determinación
en el laboratorio de las subclases de LDL, pudiese contribuir a establecer el
riesgo cardiovascular, sin embargo, la metodología empleada para tal fin es muy
engorrosa y poco adaptable al laboratorio clínico de rutina(11). Es
por ello que actualmente existe la tendencia a evaluar riesgo a Enfermedades
Cardiometabólicas (ECM), utilizando el cociente entre los valores de la
concentración de diferentes lipoproteínas; de esta manera, se ha encontrado una
relación inversa entre el tamaño de las partículas de LDL y el ITCH(12),
la cual se hace más evidente en sujetos con hipertrigliceridemia. Esta
relación fue propuesta inicialmente
como índice aterogénico(13) y ha mostrado tener mayor poder
predictivo de infarto de miocardio que las relaciones Colesterol total / c-HDL
y c-LDL/c-HDL(2).
Ahora
bien, el ITCH pareciera no sólo tener
asociación con el componente cardiovascular sino también con el metabólico, ya
que se ha reportado que muestra una correlación positiva con la con la
resistencia a la insulina(14,15) y es mayor en sujetos con SM, aunque
este comportamiento puede variar según la edad y el sexo, porque se describen cambios en la concentración de los lípidos
plasmáticos en las mujeres post menopáusicas(16).
Debido a que
por una parte existen reportes que correlacionan la insulinemia con el ITCH(14, 15) y que por otra
se ha determinado que la insulina contribuye a modular la natriurésis(17,
18), la cual a su vez parece ser mayor en sujetos con SM (19,20),
sería lógico suponer que exista alguna correlación entre el ITCH y la
natriurésis. Es por ello que en el presente estudio se pretendió determinar si
en sujetos venezolanos, el ITCH se correlaciona con la excreción renal de sodio
y evaluar el papel que juega el componente cardiometabólico, la edad y el
género en dicha correlación.