René Silva Idrogo
Diletante en los caminos de la vida; hacedor de sus propias sendas
Del poemario a la crítica periodística; de las crónicas a la realidad del escritor
En cuarto grado de educación primaria,
ganó el primer premio de un concurso de poesía dedicado a las
Américas. Tal vez, ese bolígrafo de oro obtenido como premio al
esfuerzo de un niño, haya sido el detonante de una larga trayectoria
en el mundo de la literatura y la crítica periodística, recorrido
que no se ha visto disminuido ni detenido en ningún momento de su intensa
vida a partir de entonces.
En 1949,
a los 14 años, se publica su primer libro, un poemario titulado “Las
pirañas del cielo” y que fue el comienzo de una prolífica
lista de obras que llevan su firma como autor.
Durante
la época de estudiante de medicina se anunció la apertura de un
concurso de sonetos dedicados al Libertador Simón Bolívar. Silva
Idrogo participó en él y tras darle lectura en los Juegos Florales
que se realizaron en el Teatro Municipal de Caracas con motivo del concurso,
obtuvo el primer premio. Años después, este soneto pasaría
a formar parte de una antología con los mejores poemas dedicados a Bolívar,
publicada por la Sociedad Bolivariana de Venezuela.
—
Usted ha escrito una buena cantidad de libros. ¿Qué es lo más
difícil cuando se enfrenta al reto de escribir uno nuevo?
—
Tal vez sea sentarse verdaderamente a escribirlo. Uno encuentra gente que te
pregunta “¿Estás escribiendo?” y a veces uno miente
y responde “Si”. Los escritores definen ese momento de mentira como
el “Ocio Creativo”. Un nuevo libro se va forjando en el subconsciente
hasta el momento en que se hace presente, lo más difícil es sentarse
a escribirlo. Un libro comienza en el momento en que uno se sienta y aparece
eso que algunos llaman inspiración y que yo defino como trabajo; llega
hasta la punta de los dedos y no se detiene sino hasta terminar el libro que
va creando. Cuando he escrito, lo he hecho a tiempo completo, transformándose
en una actividad agotadora. Quizás el libro más difícil
que he abordado ha sido uno que se encuentra inconcluso desde hace cinco años.
Está allí, esperando su consecución. Desde entonces he
escrito muchas otras cosas, pero ese libro en particular sigue en reposo.
—
¿De qué trata ese libro en reposo?
— Es una novela donde mezclo personajes de la vida política que
me tocó vivir y a los cuales ficciono incluyendo el aspecto mágico
de la vida, aspecto que a veces no es tan mágico.
—Paseándose
por los títulos que ha publicado, podemos ver que gran parte de sus libros
están escritos como crónicas. ¿Por qué la crónica
y no cualquier otro género literario?
—
Principalmente porque es un género que me ha permitido entrar en contacto
directo con las fuentes, los actores y protagonistas que llevan adelante la
historia de cada uno de los textos que he escrito. Normalmente las crónicas
históricas se hacen con gente fallecida y por supuesto, conllevan una
larga investigación; en mi caso, he aprovechado el testimonio directo
y fidedigno de las personas que han labrado un pedazo de la historia y que he
intentado transmitir a través de mis trabajos. La última crónica
que escribí, titulada “Memorias de la gallística”
retrata, a través del testimonio de decenas de galleros lo que yo denomino
el “último reducto del honor”. También he escrito
crónicas noveladas donde los hechos son relatados —sin separarse
de la realidad histórica—, estrictamente desde el punto de vista
literario.
—
¿Se atrevería usted a incluirse dentro de la corriente del Realismo
Mágico de Laura Esquivel, Isabel Allende y el maestro Gabriel García
Márquez?
—
Todos los escritores latinoamericanos contemporáneos, de una forma u
otra, sin ser un calco de nadie, en lo que se refiere a la novelística,
basamos nuestra opción en el Realismo Mágico. El Realismo Mágico,
por supuesto, ve a su máximo exponente con García Márquez.
Fue él quien le dio los visos de maestría que tiene. Romeo y Julieta
es un cuento para colegiales al lado de “El amor en los tiempos del cólera”
o de las “Memorias de mis putas tristes”.
—
Regularmente escribe para diferentes periódicos de Guayana. ¿Cuáles
son esas publicaciones y por qué ahora el camino de acción lo
lleva hacia la prensa?
—
La prensa escrita no es un nuevo terreno para mí. Escribo para diferentes
periódicos desde 1952, primero de forma muy esporádica y a partir
de 1958 con mucha más frecuencia. Mi participación en prensa es
tal, que en una investigación de unos estudiantes de Comunicación
Social de la UCV, realizada en El Bolivarense, el periódico de más
circulación en el estado, el entonces dueño del periódico,
Dr. Álvaro Natera, les indicó que la persona que había
escrito, opinado e intervenido más en la vida de Ciudad Bolívar
había sido yo. Es así como el “periodismo” de hecho
y no de derecho, ha sido un campo que he recorrido durante 53 años.
—
En 1994 fue nombrado miembro de la Academia de la Historia Venezolana. ¿Cuáles
fueron los méritos por los cuales se le acreditó esta membresía?
—
Sinceramente no lo sé. En Ciudad Bolívar, el único miembro
de número de la Academia de la Historia era Manuel Alfredo Rodríguez
y miembro asociado era Horacio Correa Sifontes. Tenía entendido que la
Academia quería que alguien de Ciudad Bolívar formase parte de
sus filas y así respaldar su presencia en esta ciudad. En una visita
de Mario Briceño Perozo, presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela
a Ciudad Bolívar, le sugerí que nombraran a Américo Fernández,
historiador profesional con una cantidad considerable de textos sobre Guayana.
Me sorprendió mucho cuando me enteré que además de Américo
Fernández, también fui nominado a la Academia. Es muy posible
que las crónicas que he escrito hayan influido considerablemente en este
nombramiento. |