El intento de
contener y/o revertir el incremento de la resistencia bacteriana a algunos
antibióticos de amplio uso en Venezuela, mediante la regulación de su
dispensación, parece haber sido infructuoso debido a que tanto el consumo como
la resistencia bacteriana total a estos antimicrobianos se incrementaron
significativamente durante el período posterior a la medida regulatoria (tabla
1 y figura 1). El descenso de la resistencia bacteriana evidenciado en el año
2008 para los antibióticos de dispensación regulada podría ser un efecto del
menor número de cepas analizadas ese año en comparación con los años anteriores
(tabla 1).
El
incremento inicial en la resistencia bacteriana a antibióticos de dispensación
regulada parece deberse sólo parcialmente al aumento de la utilización de estos
fármacos durante el período 2005-2008, según lo indica la correlación positiva
encontrada entre ambas variables (valor de +0,38). Asimismo, el consumo de
rifampicina, cefalosporinas de tercera generación y clindamicina tampoco mostró
ningún descenso en respuesta a la medida regulatoria y la utilización de
fluoroquinolonas se incrementó significativamente durante el período 2005-2008.
En
un trabajo independiente, realizado por Wirtz et al(12), también
reportan que Venezuela ha experimentado un incremento en la utilización total
de antibióticos durante el período 1997-2007, ocupando entre los ocho países de
latinoamérica estudiados el segundo lugar por la magnitud del aumento en el
consumo de antibióticos expresado en DDD/1.000 hab-día (43,0 % de aumento en el
2007 con respecto al valor del año 1997). Esto los llevó a concluir que "la
prohibición de vender ciertos antibióticos sin prescripción no parece haber
tenido ningún impacto a corto plazo en la utilización de antibióticos en
general". Esta conclusión coincide plenamente con nuestros resultados y
contrasta con el obtenido en Chile después de la implementación de una medida
regulatoria similar en el año 1999(10), la cual originó ese mismo
año un descenso del consumo promedio de antibióticos y produjo una disminución
aún mayor al año siguiente. No obstante, este impacto parece haber durado sólo
2 años(11,12).
A
pesar del condicionamiento de su venta a la presentación de la prescripción
facultativa, ha continuado aumentando el consumo y la resistencia bacteriana a
las fluoroquinolonas. En consonancia con lo obtenido en este trabajo, en el
estudio de las tendencias de utilización de antibióticos en ocho países de latinoamérica
entre 1997 y 2007(12), se evidenció un aumento del uso de quinolonas
en todos los países, especialmente en Venezuela (282 % de incremento en el año
2007 con respecto a su valor en 1997). La correlación entre la tendencia
creciente de las variables consumo-resistencia a las fluoroquinolonas fue
patente con un coeficiente de correlación de +1,00. Ya previamente, Guzmán et
al(14) habían reportado un paralelismo similar entre el crecimiento
de la resistencia bacteriana a ciprofloxacina en Venezuela y un aumento en el
consumo de este antibiótico durante el período 1990-2007.
Este
tipo de medidas regulatorias puede contribuir a restringir la automedicación,
pero no incide en la prescripción de antibióticos por el personal médico. Es
necesario recordar que el
uso inadecuado de antibióticos incluye la prescripción excesiva (cuando no está
justificada) y la selección inadecuada del tratamiento (tipo, dosis, curso) por
médicos y personal de las farmacias, así como la automedicación
y falta de adherencia al tratamiento por parte de los consumidores(15). En un estudio de las tendencias en la prescripción de
antibióticos (no simplemente venta) y su posible relación con la evolución de la
sensibilidad a antimicrobianos de los patógenos respiratorios aislados en el área
de salud de Zamora (España), Díaz et al(16) encontraron una correlación entre la disminución progresiva
de la prescripción de antibióticos y una recuperación de la sensibilidad a
antimicrobianos de estos patógenos. Esto refleja la importancia del personal
prescriptor de antibióticos en el control del consumo de estos fármacos y por
consiguiente de los niveles de resistencia bacteriana.
La
resistencia a eritromicina también se incrementó en el período posterior a la
regulación, independientemente del descenso en su consumo (no hubo correlación
entre ambas variables). Esta selección de cepas resistentes a eritromicina
podría haberse sostenido en el tiempo gracias al aumento del consumo de otros
macrólidos como la azitromicina y la claritromicina(17); en
detrimento del consumo de eritromicina. Algunos reportes han asociado el
consumo de azitromicina, por su larga vida media en sangre, con la resistencia
a macrólidos en Streptococcus pneumoniae
y estreptococos del grupo A(18,19).
Ni
el descenso en el consumo de cotrimoxazol, ni tampoco la relativa estabilidad
en el consumo de las demás clases de antibióticos de dispensación libre, se han
traducido en un descenso o estabilización de la resistencia bacteriana (tal
como lo reflejan los coeficientes de correlación negativos o muy cercanos a
cero para cotrimoxazol, carbapenems, penicilinas, tetraciclina y todo el grupo
en general).
El
comportamiento similar de la resistencia a antibióticos de dispensación
regulada y dispensación libre (figura 1), así como la falta de correspondencia
de la resistencia bacteriana con las tendencias de consumo de ansamicinas
(rifampicina), cefalosporinas de tercera generación, macrólidos (eritromicina),
carbapenems, inhibidores de la vía del ácido fólico (cotrimoxazol), penicilinas
y tetraciclina, también ponen de manifiesto que la resistencia bacteriana es un
fenómeno complejo que esta influenciado por muchos otros factores aparte del
consumo individual de ciertos antibióticos. Entre estos factores se encuentran
las características genéticas de las especies bacterianas, las condiciones que
favorecen la extensión de la resistencia, el origen de la resistencia en animales,
la asociación resistencia-virulencia y resistencia-patogenicidad, etc(20).
La unión física de
los genes de resistencia a diferentes antibióticos en moléculas de DNA
dispersables en las poblaciones bacterianas (principalmente los plásmidos
conjugativos), garantiza la prevalencia de cepas resistentes mientras se
mantenga la presión selectiva que genera el uso de tan sólo un grupo de estos
medicamentos(5,21). Adicionalmente, para aquellos antibióticos que
comparten el mismo mecanismo de acción, el determinante de resistencia a una
clase determinada de antibióticos puede conferir resistencia a otra clase de
antibióticos con el mismo mecanismo de acción. Por consiguiente, el uso de los
antibióticos de una clase específica podría promover la co-selección de cepas
resistentes a todos los antibióticos con el mismo mecanismo de acción. Tal es
el caso de la resistencia a macrólidos, lincosamida y estreptogramina B (MLSB),
conferida por las metiltransferasas Erm(22). La consideración de
estos factores demuestra la necesidad de que cualquier política regulatoria
abarque a todos los antibióticos de uso en humanos y animales. La regulación de
la utilización de antibióticos debería llevarse a cabo inclusive dentro de los
centros de salud, y tiene que ir acompañada de mejoras en la educación
fármaco-terapéutica de los profesionales de la salud y educación del público en
general sobre el uso apropiado de los antibióticos y el problema de la
resistencia bacteriana.