Imagine un mundo sin vacunas. Las enfermedades potencialmente letales representarían un riesgo cotidiano. Viviríamos temiendo a las cepas mortales de la difteria, el tétanos y el sarampión; la poliomielitis sería un peligro constante que, en cuestión de horas, podría paralizar a un niño; la viruela seguiría dejando cicatrices y matando. Todas esas enfermedades cercenarían las vidas de nuestros niños en cantidades gigantescas y las familias no podrían hacer más que mirar con impotencia. Las vidas serían más breves y la gente vería sus movimientos seriamente restringidos. Las ciudades, en lugar de ser imanes para la cultura, el comercio y el aprendizaje, serían lugares de los que habría que huir ante el primer rumor de infección. Es difícil imaginar la pérdida en términos de vidas, creatividad, productividad, posibilidades y bienestar.

Éste no es un lugar imaginario ni una descripción del pasado. Para muchos habitantes del mundo, en su mayoría pobres, ésa sigue siendo la realidad. La inmunización, poderosa y exitosa como es, aún debe alcanzar su enorme potencial. La cuarta parte de los niños del mundo siguen sin protección contra enfermedades comunes prevenibles. Casi 3 millones de personas (2 millones de ellas niños) mueren anualmente de esos mismos agentes letales. Los niños de los
países en desarrollo mueren de enfermedades como la meningitis y la neumonía, mientras que el uso de vacunas contra esas enfermedades está ampliamente difundido en el mundo industrializado.

El mundo debe tratar las desigualdades de los servicios de inmunización tanto en los países ricos como en los pobres. La protección contra enfermedades prevenibles es un derecho de todos los niños, y está en nuestras manos hacer que sea atendido. Debemos velar por que todos los niños reciban los beneficios de una de las intervenciones sanitarias más costoeficaces disponibles, y que sean vacunados de manera segura, eficaz y equitativa.

En términos de salud pública, estamos obligados a actuar. Las enfermedades infecciosas tales como el VIH/SIDA y la tuberculosis amenazan nuestra estabilidad económica y social. La velocidad de propagación y la amplitud de las epidemias nunca han sido mayores. Nuestra interdependencia sanitaria se ha profundizado. La inmunización en un país resulta clave para la reducción de la enfermedad en otros. Todos debemos cumplir una función como guardianes de la salud: como líderes de países, organismos y corporaciones, responsables de promover programas políticos, económicos, sociales y de investigación; como padres que una vez fuimos
niños.

Juntos podemos descubrir nuevas vacunas que terminen con las enfermedades más mortíferas, y velar por que las vacunas existentes salgan del laboratorio y se lleven al terreno, para que lleguen a todos los niños. Juntos podemos verdaderamente brindar un «bien público mundial», un beneficio para todos, con independencia de las fronteras nacionales, haciendo un esfuerzo concertado para utilizar las herramientas que tanto prometen desde el punto de vista médico. La inmunización sigue siendo una de las mejores inversiones en salud a nuestro alcance. Tenemos una responsabilidad que no podemos ignorar.