Entonces
¿Qué decir de un sistema tan complejo como la mente humana; cómo valorarla con
mediciones binarias tipo verdadero o falso; presente o ausente?
Existen diversas posibilidades de poder explicar, por ejemplo, la etiología de muchos trastornos
psiquiátricos, la respuesta a tratamientos, la variabilidad de presentaciones
dentro de algunos síndromes. Pero además, en muchas situaciones y
conceptualizaciones psiquiátricas impera la borrosidad, aunque frecuentemente
se intente imponer la lógica dialéctica y “demostrar” que se tiene o no se
tiene un diagnóstico, que se responde o no a un tratamiento, que se es o no
normal.
Veamos someramente
algunas de estas situaciones borrosas, partiendo del modelo de la
transexualidad para ilustrarlo más extensamente y mencionando más superficialmente
otros problemas de epistemología psiquiátrica.
1.-
Transexualidad e identidad:
La
transexualidad es uno de los típicos casos en que las respuestas no son blancas
o negras y ello está creando conflictos
sobre su inclusión en el DSM-V. Por ejemplo, el Ministerio de Sanidad francés
ha eliminado los trastornos de identidad de género de las listas, o sea, como
dicen Missé y Coll-Planas (4) la han des-psiquiatrizado pero no
des-patologizado. El asunto es complejo pero si se mira de modo binario sólo
caben dos posibilidades: es patología o no lo es. El colectivo gay y transexual
insiste en que no lo es pero estratégicamente se inclinan a mantener la
patologización para poder obtener el tratamiento hormonal y quirúrgico por
parte de la seguridad social. Evidentemente se mezclan criterios clínicos, con
morales, con políticos y mercantiles, pero es que la epistemología se
caracteriza por la confluencia de estos factores y otros.
Por
otra parte, como señalan los autores, se considera que toda persona “verdaderamente”
transexual se quiere operar los genitales, pero no se contempla que aunque se
sienta mujer, no quiera castrarse. Lo que es peor, en el propio colectivo se
llega a juzgar y cuestionar la solidez de la identidad de género de aquel que
no quiere operarse o que no se comporte o se vista como del género que
reivindica tener (4). Con lo cual se entra en la paradoja de querer ser
despatologizados y descatalogados, pero incurriendo en una nueva catalogación y
patologización en aquellos que no cumplen el ideal del colectivo.
Otro
conflicto dialéctico es el que se produce entre sexo (determinado
biológicamente) y género (determinado socialmente). Si se acepta la hipótesis
muy difundida (e imposible de demostrar) de que la transexualidad es de causa
biológica (por alteración del proceso de diferenciación sexual del cerebro
durante el embarazo) y por tanto se pone el acento en el “error” a nivel del
cuerpo, o sea, estar encarcelado en el cuerpo equivocado, la conclusión
dialéctica pareciera ser que la operación de genitales es la que solucionaría
el sufrimiento (como habitualmente defiende el propio colectivo). Sin embargo,
la experiencia señala que muchas veces la operación no acaba con el sufrimiento
e incluso con frecuencia aparecen nuevos sufrimientos a causa de los efectos
secundarios y complicaciones de la hormonación y la operación.
No
concuerdo con Missé y Coll-Planas cuando dicen que el rechazo del entorno es el
que provoca el sufrimiento de las personas “trans”, pues considero que
reinstauran el paradigma binario: el sufrimiento viene de afuera o viene de
adentro. Cuando creo que afuera y adentro tiene límites borrosos y engañosos,
pues identidad es tanto un constructo interno, como externo, ya que proviene de
identificaciones e interacciones con los objetos. Así, a mi modo de ver, los
autores omiten el sufrimiento producido por el conflicto con el propio cuerpo,
con los propios ideales y superyó, con los valores culturales transmitidos por
generaciones (y quizás genéticamente también) y que están implícitos en
innumerables elementos de la cultura, desde los cuentos infantiles que oímos
tempranamente. Por ello el sufrimiento no desaparece con la cirugía, pues
aunque se operen los genitales, no se pueden borrar las huellas del sufrimiento
desde la infancia ni el rechazo del entorno por años y las consecuencias sobre
la consolidación de la identidad.
En el artículo
“¿Hacia la despatologización de la transexualidad? Apuntes desde una lógica
difusa” (5) se destacan precisamente algunos de los problemas que
tiene la lógica binaria para aprehender situaciones como ésta (aunque a mi modo
de ver se hacen pocas referencias a la lógica difusa, como destaca el título).
Entre otras cosas,
señalan que el énfasis en la hormonación y la cirugía como “nuevo nacimiento”,
hacen de la anatomía destino, siendo la genitalidad el centro de la identidad
del individuo, olvidando la tremenda complejidad de la vida. También comentan
(y estoy de acuerdo) que gran parte de los que acuden al sistema sanitario,
sitúan todo en la representación corporal y muy poco en la psíquica. Pero
luego, tal como dice Kim Perez (a quien citan): “La realidad difusa… esto es lo
que ocurre precisamente con el género, en el que las conductas se pueden
definir fácilmente con un más o menos masculinas o femeninas” – las
negrillas son mías -.
Sin embargo, por ser
la realidad compleja, como dicen, tal vez no sea tan “fácilmente” que se puedan
definir las conductas y menos aún la identidad y su trastorno. Esto nos lleva a
un problema que los autores parecen pasar por alto y que pertenece a la lógica
dialéctica: plantear que los transexuales tienen o no tienen un trastorno
psiquiátrico (como antes con los homosexuales) lo cual para mi es como
plantearse si todos los musulmanes son de Al Qaeda, o si los negros son
ladrones o no, en vez de reconocer que habrán unos que lo sean un poco, otros
mucho y algunos tan honestos como el que más.
Aquí puede verse
otro aspecto de la borrosidad. Quiero decir, que la realidad por ser compleja
está influida por multiplicidad de factores y en la toma de decisiones sobre
patologizar o despatologizar influyen cosas como la moda, lo políticamente
correcto, la influencia de colectivos, las personas que se encuentran en un
momento dado con el poder en los sitios en que se deciden las clasificaciones
psiquiátricas o se toman decisiones políticas. Por ejemplo - tal como citan
Missé y Coll (4) - en el Congreso de los Diputados del 15 de marzo del 2010,
ante una pregunta al respecto, se respondió que el Gobierno “comparte la
necesidad de descatologar la transexualidad como un trastorno mental”. Esto a
priori parece liberal, moderno y cónsono con los derechos humanos, pero ¿es una
decisión científica, moral, política, o una mezcla de todas ellasí
¿Qué dicen la OMS y
la APA?: “La transexualidad es un trastorno mental porque las personas
transexuales transgreden el orden establecido y su situación produce
sufrimiento significativo y una desventaja adaptativa importante que se traduce
en la disforia y en la comorbilidad psíquica” (5).
En cuanto a
transgredir el orden, entonces todos los grandes pensadores, científicos, etc.
tendrían un trastorno en su momento histórico. Sin embargo, la disforia, el
sufrimiento y la comorbilidad ya son razones de otro tipo. Por ejemplo, la
identidad de género es uno de los aspectos que conforman la identidad y en
muchos casos “trans” se evidencia comorbilidad con trastornos afectivos,
psicóticos o de personalidad. Por tanto no es sólo el sentirse encarcelado en
el cuerpo equivocado lo que llevaría a considerar un trastorno psiquiátrico y
estas personas pueden tener otros elementos difusos en la identidad.
2.- Trastornos de
personalidad;
Ya que hablamos de
lógica e identidad difusa, Otto Kernberg, psicoanalista especialista en
trastornos de personalidad que participó en el diseño del DSM-IV, considera en
diversos trabajos que una característica fundamental de los trastornos límite
es lo que llamó “síndrome de difusión de
la identidad”, según el cual estas personas tienen enorme dificultad para
mantener estables las representaciones de sí mismo y de los objetos, por lo que
la identidad se hace difusa (6,7). Nótese el uso del término
“difuso” precisamente porque los trastornos límite, como su nombre lo indica,
carecen de bordes y límites claros.
Kernberg se refiere
a evidencias de la clínica, que por cierto están bastante aceptadas dentro y
fuera del psicoanálisis, pero un error lógico es mezclar el discurso clínico,
con el moral, con el de los derechos individuales y colectivos, con los de
administración de salud, etc, porque entonces lo borroso no es necesariamente
el conjunto observado, sino el mezclar conjuntos distintos, manzanas con peras,
que aunque en la vida estén entremezclados, metodológicamente puede resultar
confuso.
En el DSM-III y IV
se definieron tres grupos de trastornos de personalidad pero en el Memorándum
para la discusión en la junta del Task Force, Millon señaló un comentario que
podemos considerar una muestra de lo borrosa de esta nosología: “Nunca entendí
del todo la importancia de las dimensiones que nos llevaron a clasificar los
trastornos de personalidad en la forma descrita. Cualquier número de
dimensiones diferentes podía haber sido seleccionado… en un número infinito de
grupos ¿Tiene algún significado para el pronóstico, alguna importancia
etiológica o alguna lógica en términos de un modelo teórico deductivo?...Las
características especificadas son bastante claras, pero ¿qué valor tiene saber
que tres son excéntricas, cuatro son emocionales y otras cuatro aparecen como
ansiosasí”
3.- Trastornos
neuróticos (¿histeria?):
Y qué decir de la
borrosidad y falta de límites claros en patologías como, por ejemplo, la
antigua histeria, que ha sido dividida en el DSM-IV en dos apartados distintos
para incluir los fenómenos disociativos, por una parte, y los conversivos, por
otra, pero que en la cotidianidad seguimos escuchando que determinado paciente
es “histérico/a”, pues resulta muy difícil delimitar estos fenómenos en un
mismo paciente.
No voy a extenderme
en lo ambigua y compleja que resulta la histeria, a lo cual me he referido en
otro artículo (8). Tan sólo mencionaré que propuse el término
“Trastorno Disociativo Psicótico” para la psicosis histérica o cicloide,
atendiendo a lo difuso y dimensional del diagnóstico, y que dado que diversos autores han priorizado diversos síntomas
(psicóticos, disociativos, afectivos, confusionales), cabría incluso añadir criterios
dimensionales alternativos siguiendo el modelo que propone el Apéndice B del
DSM-IV-TR para la esquizofrenia.
En general, la
borrosidad es patente entre trastornos considerados neuróticos y entre estos y
los considerados psicóticos, como veremos a continuación.
4.- Psicosis:
Se ha señalado que
la subjetividad de la definición de psicosis se hace patente si la aplicamos a
patologías cuyos síntomas pueden parecer psicóticos, como algunos trastornos
obsesivo-compulsivos, trastornos de alimentación, episodios disociativos,
flash-backs postraumáticos, fobias sociales extremas, trastornos dismórficos, y
algunos trastornos de personalidad (8) (9). Todos ellos con límites muy
borrosos.
Además, los llamados
trastornos de espectro (por ejemplo, los trastornos de personalidad del cluster
A del DSM-IV y la esquizofrenia) son un ejemplo de la borrosidad. El espectro
es lógica borrosa, así como los criterios dimensionales alternativos del modelo
que propone el Apéndice B del DSM-IV-TR para la esquizofrenia serían una forma
de aproximación a la borrosidad en nosología.
¿Y qué decir de los
síndromes limítrofes iniciales de psicosis? Recientemente el Grupo de Trabajo
para el desarrollo del Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V) decidió cambiar el nombre
de “Síndrome de Riesgo de Psicosis” por el de Attenuated Psychotic Symptoms
Syndrome (APSS) (10). En primer lugar, no deja de
sorprender la velocidad con la que se cambio el nombre – aunque sin modificar
los criterios de inclusión. Por otra parte, insisten en la importancia del
diagnóstico y tratamiento precoz: “el
beneficio potencial de establecer una nueva categoría involucra la evidencia de
que la enfermedad psicótica es tratada con más eficacia en el inicio y puede
producir un beneficio duradero que no se alcanza con las intervenciones más
tardías” (10). Pero ni la validez del diagnóstico precoz, ni el
beneficio del tratamiento precoz están demostrados y si revisamos los estudios
realizados vemos que esta aseveración no se sostiene y que los estudios son
poco concluyentes e incluso contradictorios; por ejemplo, McGlashan y col (11); McGorry y col (12); Cornblatt y
col (13).
Otro problema
metodológico es que para medir un tratamiento hay que estar seguro de lo que se
mide, pero uno de los que crítica la nosología de la esquizofrenia está John
Read (14) quien cuestiona la fiabilidad (o sea, el que distintos
clínicos estén de acuerdo en clasificar a un sujeto como esquizofrénico; por
tanto se cumplan los requisitos para determinar que exista el concepto). Read
señala que si la fiabilidad no es demostrable no tiene sentido la validez (o
sea, que varios especialistas coincidan en hacer un diagnóstico y éste sea
correcto; por tanto que el diagnóstico resulte útil para comprender algo), pues
no se podrán valorar las propiedades de la esquizofrenia ni la respuesta a
tratamiento al ser distinta la población estudiada por diferentes
investigadores.
5.- Respuesta al tratamiento:
Esta es otra importante fuente de borrosidad. Si
atendemos a las publicaciones que nos suministran los distintos laboratorios,
queda “científicamente demostrado” que cada antidepresivo o antipsicótico, por
ejemplo, es mejor que los demás. Parecería que sería un extraño caso de carrera
de caballos en la que la foto finish demuestra que ganaron todos y cada uno de
ellos. Sin embargo, cuando vemos estudios como aquellos que se han derivado del
CATIE (15) - para antipsicóticos - o el STAR-D (16) - para antidepresivos -
parece que realmente se confirma que las diferencias no son tantas, que son más
bien “borrosas” y, por cierto, menores que las reportadas por cada producto en
sus propios estudios.
A lo mejor
tendríamos que reconsiderar lo que dijo Voltaire: “El arte de la medicina consiste en mantener al paciente en buen
estado de ánimo mientras la Naturaleza le va curando”