En
la actualidad, la obesidad se considera un proceso inflamatorio debido a que se
relaciona con un incremento en los niveles circulantes de marcadores de
inflamación como la proteína C reactiva y la interleuquina (IL)-6. Estos
factores proinflamatorios van a ser producidos, o sus niveles regulados, por el
tejido adiposo, que actúa como un órgano secretor y endocrino de gran
complejidad. El patrón de producción de estas adipoquinas cambia con la
obesidad, disminuyendo las que ejercen efectos protectores, como la
adiponectina, y aumentando aquéllas con acciones proinflamatorias. Entre éstas
podemos mencionar la leptina, el factor de necrosis tumoral α (TNF α), la
resistina y la IL6 que, además de otras acciones, favorecen el daño vascular y
la disfunción endotelial. En estas condiciones se va a favorecer el desarrollo
del proceso aterosclerótico, que determina la aparición de la enfermedad
cardiovascular (1).
En niños obesos se han detectado concentraciones elevadas de algunas citoquinas,
relacionadas con indicadores de aumento de la grasa corporal y con factores de
riesgo cardiovascular elevado, como resistencia insulínica y disfunción
endotelial (1-2). Por ello, se afirma que en la obesidad existe un proceso
inflamatorio subyacente a nivel del tejido adiposo, incluso a edades tempranas
(3-6). Así mismo, hay una correlación positiva del aumento del tejido adiposo
con la insulinorresistencia y con el aumento de concentración de marcadores
inflamatorios vasculares, sugiriendo un
inicio temprano de los mecanismos patogénicos, que favorecen las
complicaciones de la obesidad, pues la inflamación vascular es un proceso
central que inestabiliza la placa ateroesclerótica (7). El objetivo de este
estudio fue determinar los valores de marcadores inflamatorios (PCR-U,
Fibrinógeno y TNF-α), en escolares obesos y su relación con indicadores de
alarma cardiovascular.