Enero-Marzo 2003 14
ISSN 1317-987X
 
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Personajes
 



Humberto Fernández Morán
Legado científico invaluable de Venezuela para Venezuela para el mundo

Recuerdos Imperecederos

Después de graduarme de médico, ingresé a trabajar en Anatomía Patológica en el hospital Universitario de Maracaibo. En seis meses, ya había hecho más de 60 autopsias en un cargo sin remuneración alguna, médico-pasante me decían, por lo que gracias a las gestiones del jefe de patología, el doctor Franz Wenger ante la Liga Anticancerosa y el Club Rotario, fui a parar al Departamento de Patología de la Universidad de Wisconsin en los Estados Unidos.

Unos meses más tarde, ya en 1964, era uno de los usuarios del microscopio electrónico RCA del Departamento de Patología, siendo incorporado a un proyecto de investigación sobre la ultraestructura del alveolo pulmonar de acures sometidos a hipoxia crónica. En ese entonces, el profesor David Green de la Universidad de Wisconsin, era un experto en ultraestructura y curiosamente, sostenía una controversial polémica con Fernández Morán sobre la estructura de la membrana mitocondrial, desde los días cuando en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) nuestro genial sabio había descubierto las partículas elementales.

En 1964, Fernández Morán era Profesor de Biofísica en la Universidad de Chicago y estaba desarrollando microscopios electrónicos de alta resolución con lentes fabricados con metales superconductores usando temperaturas ultrabajas. Mientras, yo había ido a parar a la Universidad de Wisconsin en Madison y en aquella época, decir Wisconsin era como decir Berkeley en California, ambas universidades con música de Beatles de fondo, hippies y el lío de la guerra en Vietnam eran símbolos de la rebeldía de los sesenta.

El Departamento de Patología del hospital universitario estaba al lado del Mac Ardle Cancer Resarch Center, donde comenzaba a desarrollarse la investigación sobre drogas para la quimioterapia antineoplásica; sus investigadores iban a las reuniones de nuestro Departamento y nos acostumbramos a escuchar a Pitot, Hartman, o a Temin quien años después recibiera el Premio Nóbel de Medicina por descubrir los retrovirus. Estuve un año y medio en Madison, me fui un año a Filadelfia para trabajar en un hospital de 2.000 autopsias (el PGH) y regresé a la Universidad de Wisconsin para hacer el tercer y cuarto año de residencia. Quería aprender neuropatología con Gabreille ZuRhein y Sam Chao, dos neuropatólogos quienes acababan de descubrir con el microscopio electrónico el virus de la Leucoencefalopatía Multifocal Progresiva (PML) y examinaban el misterio de la Panencefalitis Esclerosante Subaguda, encefalitis de Dawson, le decían en esos tiempos a esta rara enfermedad provocada por una mutación del virus del sarampión.

Durante aquella etapa de aprendizaje de patología y microscopía electrónica, entre la biblioteca, las autopsias y los casos clinicopatológicos, permanentemente mantuve una correspondencia escrita con el doctor Iturbe. Así fue como una noche, el doctor Iturbe me sorprendió por teléfono con la proposición de que regresara a trabajar en su Sanatorio Antituberculoso, pues él iba a conseguir un microscopio electrónico, a través de una donación. Me pidió entonces el doctor Iturbe, que me acercase a la vecina ciudad de Chicago para visitar al doctor Fernández Morán. Debería intentar en mi visita, crear vínculos para lograr su asesoramiento en lo referente a la instalación y el funcionamiento de futuro microscopio electrónico en Venezuela.

En la primavera del año 1967, todavía había montañas de nieve y hielo cuando viajé desde Madison a Chicago en compañía de un compadre estudiante de Ciencias Económicas, Narciso Hernández, evidentemente maracucho. De la entrevista que duró un día entero, mientras admirábamos los increíbles laboratorios con potentes microscopios electrónicos flotando entre nubes de nitrógeno líquido, mi compadre y yo, quedamos asombrados por todo cuanto vimos en el Instituto Fermi de la Universidad de Chicago. Nuestro sabio ya estaba comenzando a trabajar para la NASA en la conquista del espacio extraterrestre y sus laboratorios eran un portento.

De aquella entrevista y de todo cuanto conversamos con nuestro famoso coterráneo, quien nos dispensó especial atención con gran sencillez y deferencia, como si fuésemos viejos conocidos, guardo imperecederos recuerdos. Allí escuche por vez primera, hablar de "la entropía tropical", expresión de nuestro genial sabio para la desorganización que nos caracteriza. Titulé así mi primera novela, "La Entropía Tropical", aún inédita.

Con amable paciencia, Humberto Fernández Morán nos habló de la Segunda Ley de la Termodinámica y de cómo era necesario luchar contra la entropía, esa tendencia a la desorganización de los sistemas que pareciera incrementarse en las latitudes del trópico.

Desde entonces, me he hallado muchas veces repitiendo sus ideas que coincidían en todo y reforzaban los planteamientos de Pedro Iturbe. ¡Cuánto hay que luchar para que las cosas más sencillas no se transformen en los mayores obstáculos a cualquier proyecto en nuestro medio! Este era un tema recurrente del doctor Iturbe, y cito a Negrette en ese mismo sentido: "Hay peleas que hay que darlas aunque se pierdan, no siempre se puede ganar, pero se lucha y hay que convencerse de que mientras más ardua es la lucha, más meritorio es el triunfo". Bien nos decía Pedro Iturbe que: "En nuestro medio, en necesario soñar mucho, para lograr, tan solo, algunas cosas."

Para aquel entonces, el mundo estaba dividido en dos grandes bloques que parecían irreconciliables, eran el este y el oeste. Consciente de las tensiones de la guerra fría, nuestro sabio nos expresó sus temores sobre el poder letal de la energía atómica. Nos habló de cómo años antes, frente al Proyecto Manhattan habían estado Einstein y Oppenheimer, quienes también estaban preocupados, pues conocía los peligros que asechaban a la humanidad por el manejo imprudente o ambicioso del átomo en manos de los políticos o de los militares. De todas estas cosas y más, conversó ese día con nosotros, jóvenes imberbes maracuchos quienes escuchamos atónitos sus conceptos sobre las emergentes naciones del Asia, sobre Mao y los millones de chinos y sobre el futuro de la humanidad ante las posibilidades de desarrollo de la ciencia en la carrera espacial.

Con pesar, tocamos el tema de su paraíso perdido entre las neblinosas montañas plenas de eucaliptos en los Altos de Pipe, y como una constante afloró su esperanzado deseo de poder servirle a su patria, nuevamente, de poder de alguna manera regresar a su tierra.

Honor y deber
Espíritu de acero con sello alemán
Visionario incomprendido
Brillante exilio
De vuelta a la patria
Recuerdos Imperecederos
Solitario misionero
Malquerida herencia
Bibliografía

NOTA: Toda la información que se brinda en este artículo es de carácter investigativo y con fines académicos y de actualización para estudiantes y profesionales de la salud. En ningún caso es de carácter general ni sustituye el asesoramiento de un médico. Ante cualquier duda que pueda tener sobre su estado de salud, consulte con su médico o especialista.





Instituto de Medicina Tropical - Facultad de Medicina - Universidad Central de Venezuela.
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